jueves, 8 de abril de 2010

EL NACIONALISMO DE DERECHA EN LA ARGENTINA


por Juan José Hernández Arregui

CAPITULO III

En tres décadas, el nacionalismo de orientación católica no ha dado una sola historia de movimiento. El nacionalismo de derecha, a pesar de algunas notas genéricas que lo tipifican, no ha sido un partido político, ni un sistema de ideas, ni una secta ideológica homogénea. Une a sus adherentes a un sentimiento. Pero sobre todo a un mismo origen social.
En el nacionalismo argentino se reconocen bien dos períodos: 1º) desde 1928 hasta 1933, la influencia liberal, antipopular, pro fascista, es netamente individualizable en escritores sin jerarquía intelectual. 2º) Desde 1933 en adelante, el nacionalismo se expresa ya en un nivel intelectual más elevado, a través de tres tendencias no bien delimitables, de las cuales derivan grupos de orientación filosófica, ensayistas políticos e historiadores.

LAS ETAPAS DEL NACIONALISMO

Si la izquierda argentina, por su formación liberal, se ha mostrado en nuestro país contraria a los regímenes populares de caudillos como Yrigoyen o Perón, el nacionalismo de derecha no ha sido menos adversario de los mismos. La misma desconexión existente entre el nacionalismo y la izquierda, es igual con las masas.
De entrada, el nacionalismo argentino aparece filiado al fascismo de Mussolini. Más tarde el nazismo alemán ejercería una violenta atracción sobre los nacionalistas argentinos. Ligaron al nacionalismo profascista con la Iglesia.
De estos grupos si unidad ideológica, inflamados por el odio a la democracia que veían encarnada en Yrigoyen, pero en realidad, lanzados a la lucha anticomunista, derivan las publicaciones diversas y centros armados de acción antiobrera, La Liga Republicana, La Legión de Mayo, etc. El nacionalismo de 1930 inaugurará la Década Infame, uno de los períodos más siniestro de la entrega del país al dominador extranjero.

EL NACIONALISMO ANTERIOR A 1930

El nacionalismo argentino nace como oposición al gobierno de Hipólito Yrigoyen. La oligarquía no estaba satisfecha con el hecho de que Yrigoyen fuese un estanciero, un hombre de su propia clase. La oligarquía se erizaba ante la democratización del país operada por el jefe radical. El nacionalismo fue la forma extrema.
Así naciía el nacionalismo argentino acusando al mandatario de “anquilosis servil. Juan Carulla, militante de la Liga Republicana, que tratándose de Yrigoyen arremete contra el cesarismo y habla de “infecto tirano”, llamará a un oscuro militar, J. F. Uriburu “salvador del país”.

LA JUVENTUD NACIONALISTA DE 1930

La juventud nacionalista de 1930 estaba unida por vínculos al Partido Conservador. Algunos elementos de la clase media que incluso aspiraban a figurar al lado de los jóvenes con apellidos de la oligarquía. Esta juventud fue fascista. Así fue que esta juventud católica y aristocrática tradujo a Mussolini y el Tratado de Letrán en la sentencia: “Dios, Patria y Hogar”-
El nacionalismo en la Argentina no surgió como arma ideológica de lucha antiimperialista sino como reacción antidemocrática frente a las masas trabajadoras que habían crecido y buscaban su organización sindical después de la primera guerra mundial.

LEOPOLDO LUGONES FRENTE A YRIGOYEN

No es posible descomponer las contradicciones del pensamiento lugoniano sin tener presente este conflicto con la oligarquía oculto en su corazón. El verdadero pensamiento de Lugones sobre la oligarquía porteña a la que en el fondo repudiaba y frente a la cual carecía de valor para separarse. No fue más que un intento disfrazado de desplazar a esa oligarquía del mando. “El ejército es la última aristocracia”, decía exaltando el militarismo ante una democracia que decía moribunda. Había que derrocar a Yrigoyen, el caudillo. Y hasta los poetas sirven cuando el aparato cultural de la clase terrateniente difunde sus ideas.
También le convenía a la oligarquía que Lugones denigrase al pueblo, al que el escritor había calificado de “turba inorgánica”.
Este mismo escritor que al servicio de la clase dirigente dijo: “Es público y notorio mi afección ala noble Inglaterra”. Pero de todos modos Lugones comprendía bien el fenómeno imperialista.
La República –dirá Lugones nen esa época de reencuentro doloroso con el país- constituye de hecho un estado colonial respecto a las naciones que habiendo alcanzado civilización completa, mantienen su industria con los productos primarios suministrados por aquella”, criticando a la oligarquía agropecuaria, con la esperanza de que el Ejército tomase el poder.
Y en creciente desafío al pensamiento de la clase dirigente, concluía que sólo la industrialización complementaría a la economía nacional convirtiéndola en argentina y para los argentinos. En 1932 llegó a decir, por primera vez en alusión a Gran Bretaña: “Nuestra subordinación de meros productores de materias primas, limitóse primero a Gran Bretaña. Ahora lo es también en proporción mayor, respecto a los EE.UU.”.

EL VERDADERO PENSAMIENDO DE LUGONES

Al caer Yrigoyen, Lugones reiteró todos los lugares comunes de aquellos días contra el caudillo y cooperó, una vez más, con las fuerzas a las que el poeta, en su fuero interno, denostaba: la oligarquía y el imperialismo. No era esto suficiente para la clase ganadera que retornaba al poder. Casi inmediatamente al triunfo, una extraña atmósfera rodeó y comenzó a cercar a Lugones, hostigándolo en su labor periodística. La oligarquía se aprestaba, sin manifestarlo, a apartar como un elemento perturbador, al poeta que había contribuido al derrocamiento del conductor radical.
Olvidaba por cálculo que ese poeta antidemocrático había elogiado a la Revolución Rusa de 1917. Gran Bretaña prefería una Argentina “democrática”. Ya la oligarquía había inventado “la alevosa encrucijada del cuarto oscuro”. Además, el escritor retornaba al fascismo que había abrazado en 1928, el mismo año en que daba a luz uno de sus libros más argentinos, Poemas solariegos. El mundo se preparaba para la Segunda Guerra Mundial. Y la oligarquía a probar su lealtad a Inglaterra. Asqueado de la realidad política, testigo en su propia carne del desastre de sus ilusiones juveniles sobre la función jerárquica de esa clase dirigente, vio en el orden fascista –esperanza de muchos argentinos decepcionados del liberalismo acariciaron por entoncesla salida posible y también la perspectiva de que la inteligencia nacional enrarecida y humillada, encontrase un lugar en la sociedad. Así nace en su espíritu la idea del Estado militar. Recurriendo a Lenin hablará de la libertad como un prejuicio burgués.
El programa que Lugones proponía se anticipaba a los problemas centrales que recorren la “década infame”.
Lugones proponía el controlo estatal de los frigoríficos, la creación de nuevos mercados para las carnes. Tenía conciencia de la debilidad de nuestra economía, sugería una política nacional en el orden de la marina mercante, exigía en una referencia vaga al imperialismo británico, al que como se ha dicho, nunca atacó de frete –tal ha sido el poder de Inglaterra en la Argentinauna modificación de la política ferroviaria a favor de la producción nacional y no de las empresas extranjeras, se oponía al predominio de los monopolios cerealísticos, proponía el control de cambios y la fiscalización de los bancos extranjeros, la defensa del arrendatario, créditos hipotecarios al chacarero, salario familiar, controles legales de la deuda pública a fin de preservar el trabajo nacional transferido al extranjero en detrimento de la población argentina, etc. La anticipación fundamental de Lugones fue su tesis sobre la siderurgia, base de la independencia nacional. Esta política sería retomada por el Ejército. Planteaba asimismo la nacionalización de las fuetes productoras de energía eléctrica.
No lo sabía, pero al minar las bases del liberalismo de la oligarquía, al incitar al Ejército a retomar la defensa del país, preparaba una nueva época en la que las masas, aliadas al Ejército, habrían de encontrar en Perón la síntesis de una etapa hacia la emancipación nacional de la Argentina. A la que el poeta amó y sirvió, pese al carácter reaccionario de su pensamiento, hasta su muerte.

LAS INFLUENCIAS EXTRANJERAS EN EL NACIONALISMO

La decepción de Lugones fue común a la generación nacionalista que había confiado en la revolución de 1930. la entrega del país enlazada a la crisis ganadera, el embaucamiento político convertido en sistema, el creciente malestar de las multitudes indeterminado y real, el estragamiento de los partidos políticos y la situación europea con el creciente agigantamiento de Rusia, provocaron la ruptura espiritual de la juventud nacionalista con los propios padres. Y el desencuentro histórico aunque no pasó, en el orden político, de un enfrentamiento generacional que no excluyó el usufructo de las posiciones del gobierno de parte de los jóvenes, tuvo consecuencias con relación al enjuiciamiento de la oligarquñia en su conjunto, que en el pensamiento de la juventud nacionalista se vinvulaba a la idea de una “élite” directora integrada por ellos y capaz de rescatar al patriciado de su decadencia.
La gravitación más perceptible sobre el nacionalismo de derecha en la Argentina es la de Charles Maurras un pensador no católico. Sobre Maurras, ubicado entre dos siglos, confluyen las ideas de Nietzsche y de Carlyle en cuanto a la concepción del grande hombre que concentra en su persona el curso de las edades. “Yo soy una roca lanzada en el espacio que ha consumado en años una tarea de siglos. Esa frase de Napoleón condensa la idea del héroe de Maurras, y el historiador Foustel de Coulanges con su idea de que “quien destruye el pasado destruye a la patria”.
Asimismo, Maulnier sostenía que la historia es demasiado compleja para ser explicada por la lucha de clases. Olvida que para Marx la lucha de clases, no es la historia en su plenitud, sino el motor que la impulsa. El mundo en que ese motor trabaja es la naturaleza de la propiedad. Pero a para Maulnier la nación es anterior a la lucha de clases y olvida otra vez que el Estado nace del dominio de una clase sobre las otras, y su equilibrio se funda en la fuerza, no en la conciliación.
La guerra, como la definiera Clausewixz, “es la continuación de la política por otros medios diferentes”. La guerra moderna es el imperialismo disfrazado de “voluntad de pontencia” Maulnier también decía, basado en el marxismo: “El esfuerzo revolucionario no consiste ya en la lucha de los esclavos contra la nación, sino de la nación esclavizada contra sus amos”. Pero no hay que jugar al marxismo. O como decía Marx: “No hay que jugar a la revolución”. Maunier juega tanto que al fin se embrolla: “La liberación de todas las categorías sociales que sufren la tiranía económica sólo puede ser lograda por la construcción de un Estado nuevo y la destrucción de la democracia. El Estado nuevo sólo puede ser construido por hombres que sufran directamente el peso de la tiranía económica y sólo puede ser concebido como el instrumento de su liberación. La liberación de la nación será obtenida por el mismo movimiento revolucionario que la liberación de las clases sojuzgadas, y sobre todo del proletariado”. Indeciso entre el marxismo y el fascismo, Maulnier ha terminado en el existencialismo.

LA INFLUENCIA DE LA IGLESIA

También el pensamiento oficial de la Iglesia, pesa aunque en forma desvaída, sobre el nacionalismo argentino.
El interés de la Iglesia por la cuestión social toma forma moderna con León XIII. La tesis central es que la sociedad humana es parte del orden impuesto por Dios al mundo creado.
No sólo en la esfera religiosa, las actividades espirituales del hombre, persona libre pero creada con mira a un fin, están relacionadas con las leyes morales deseadas e impuestas por el Creador. Este es el supuesto trascendente del pensamiento social de la Iglesia. El bien común es superior a los intereses de clase o individuales. La doctrina de la Iglesia, se impone pues, como una obligación no como una opción.
Todo católico debe ser un militante, un soldado de la verdad revelada, pues la Iglesia es el núcleo vivo de la sociedad, su órgano ordenatriz universal. Es decir, sobrenacional. La Iglesia tiende a preservar ese orden del Estado.
El bien común querido por Dios en la libertad, pero no en la igualdad pues las jerarquías sociales están cristalizadas en el orden creado del mismo modo en la familia, el padre manda y la mujer obedece. La Iglesia aconseja hasta que Dios no resuelva, sumisión en la tierra.
Después de la familia, el Estado es la institución más valiosa como poder custodio del orden divino. Y la Iglesia, sociedad sobrenatural, vigila, pues el Estado es un organismo con fines éticos, cuya única prohibición es violar la libertad de la persona humana que es sagrada. O sea, religiosa. El Estado es un medio para alcanzar el bien común, pero el Estado mismo pende de Dios.

LOS NACIONALISTAS ARGENTINOS DESPUÉS DE 1930

Para los nacionalistas la Argentina es un país eminentemente católico. Durante el período colonial la Iglesia ejerció el monopolio cultural, y la cultura eclesiástica formó a la población.
Al producirse la emancipación, la concentración comunitaria alrededor del caudillo, al identificarse con la religión, en la fórmula por ejemplo, de Facundo: “Religión o muerte”, concilia tras el símbolo religioso reivindicaciones sociales concretas más que religiosas.
La Iglesia en la Argentina ha sido el poder conservador del liberalismo colonial. El propio Juan Manuel de Rosas, enzalzado por los nacionalistas católicos, en tanto espíritu conservador, comprendió el poder de cohesión social de la religión y canalizó esta religiosidad elemental de las masas con sentido político.
El catolicismo en la Argentina es más europeo que hispanoamericano, a diferencia de Perú, por ejemplo.
Enrique Osés, redactor de Crisol, cayó en la espiritualización de España: “La independencia norteamericana es sajona y protestante. La nuestra es católica, es hispánica. La nuestra es espiritual y aquella es comercial.
Carlos III es el último, e inútil, intento de salvar al imperio español en su declinación, de situar a España en condiciones de competir en la Europa moderna. No fue el liberal Carlos III el que fracasó sino la nación española carente de una burguesía revolucionaria. El estancamiento español, con su nobleza hierática y sus generales fanfarrones, fue la causa de la caída del imperio. Y no las ideas liberales. Entre esas causas, junto a la ausencia de una burguesía nacional, debe mencionarse la rapacidad de esa nobleza, que en la explotación de las colonias americanas creyó que podía enfrentar a países cuyo poderío avasallante se asentaba no en el oro extraído de ultramar sino en la producción manufacturera en gran escala. Las aristocracias americanas se inician con la explotación del indio en las minas. Y de esta explotación vivió residualmente la nobleza española, no sólo rapaz, sino holgazana. Otro sector de esa aristocracia vivió del contrabando y del comercio de esclavos en connubio con los intereses extranjeros. La oposición entre criollos y peninsulares no se explica por razones espirituales. Son antagonismos económicos dentro de una misma clase. Cando la oligarquía patricia se unió por el comercio a Inglaterra, a pesar de su limpia ascendencia española, la famosa hidalguía de prosapia hispánica se convirtió en mil maneras de vender la patria. La defensa de nuestra herencia cultural, que es hispánica, nada tiene que ver con estas beaterías ultramontanas tan falsas como los mitos liberales.

CARLOS ASTRADA

El único filósofo del nacionalismo ya no pertenece al grupo. Carlos Astrada, actualmente en el marxismo, es una mente que maneja con seriedad profesional, los supuestos y técnicas de la filosofía: entre 1930 y 1940 militó en el nacionalismo. Distinguía dos Américas bien definidas, y apoyándose en el mismo Hegel, derivaba tales diferencias de la religión. Señalaba en el catolicismo, un factor de la unidad cultural hispanoamericana. Siempre con Hegel, anticipaba que América “en las épocas venideras debe revelar su importancia histórico universal quizá en la lucha del Norte y Sud América”.

EL LEGADO DEL NACIONALISMO: J. M. ESTRADA

No distingue entre nacionalismo católico y lucha por la liberación nacional. Esta veta popular que el nacionalismo tradicional jamás comprendió. Para el nacionalismo toda movilización de masas huele a comunismo. Esta forma abstracta de enfocar el nacionalismo como ideología, no es casual. Responde a la premeditada y obcecada necesidad de ignorar, desde un punto de vista conservador, a las clases sociales y eludir el problema del imperialismo. El imperialismo, en efecto, plantea al nacionalismo de derecha dos cuestiones insolubles: 1) La imposibilidad de combatirlo sin favorecer a un tiempo, en el orden interno –y estrechamente relacionado con el dilema anterior- todo gobierno de masas propone la presencia activa del proletariado como factor del poder político, participación obrera que al nacionalismo aristocrático le resulta intolerable (nota: en 1954 la CIA desde la embajada estadounidense en Buenos Aires elaboró un informe sobre el peronismo y Perón a quién tildaban de anticomunista, pero al mismo tiempo señalaban que tomaba medidas comunistas).

NACIONALISMO E INTERNACIONALISMO

El principal enemigo del nacionalismo y lo que promovió su incremento, fue el internacionalismo de tipo comunista (nota: si bien en Argentina actuaron siempre junto a la derecha, el propio Lenin había indicado que los PC de distintos países debían acompañar los procesos populares de liberación, ir por separados, pero golpear juntos).
De lo cual resulta que la lucha en un país semicolonial como la Argentina, no es contra los opresores inmediatos, EE.UU. y Gran Bretaña, sino contra Rusia, que en esa lucha nacional podría ser un aliado. Durante Perón lo fue de hecho. Y no por la alianza con el comunismo sino por la acción de un gobierno apoyado en las masas. Y por tanto nacionalista. Que es el único tipo de gobierno que preocupa a las potencias colonizadoras.
Sánchez Sorondo dice que “las ideas no tienen patria”. La cuestión reside efectivamente en que la formalidad universal de las ideas se llene de contenido nacional.

IDEOLOGÍA Y ALINEACIÓN

“De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía –ha escrito Marx- no hay más que una verdaderamente revolucionaria: el proletariado. Las demás van degenerando y desapareciendo con el desarrollo de la gran industria; el proletariado es el producto de ella. Las capas medias, el pequeño industrial, el pequeño artesano, el comerciante, el campesino, todos ellos luchan contra la burguesía para salvar su existencia como capas medias. No son pues revolucionarias, sino conservadoras (¿cacerolazos?). Más todavía, son reaccionarias pues pretenden volver atrás la marcha de la historia. Son revolucionarias únicamente cuando están en vísperas de su paso al proletariado, cuando defienden no sus intereses presentes sino sus intereses futuros, cuando abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado.

EL NACIONALISMO ARISTOCRÁTICO

Una aristocracia enferma sólo puede dar un pueblo enfermo. Ese patriciado es extranjero en la justa medida que es un apéndice económico del imperialismo.
Sorondo dirá en relación a la Argentina de principios de siglo: “Entonces creíamos sinceramente en el progreso cósmico y en las doctrinas efusivas. Y si refinábamos las haciendas nos sobraba el tiempo para vivir pendientes del último pensamiento francés. Y aún nos sentíamos capaces de raptar a Europa, o planear al menos, una América a su imagen y semejanza pero con mucho más porvenir”.
Sorondo es un hombre que pone el país ante sus ojos, y en fugaces momentos, por encima de su conciencia de clase. Durante la Segunda Guerra Mundial escribía con relación a Inglaterra: “repetimos que si antes que la guerra termine no se manifiesta una política argentina después será tomado demasiado tarde” Tal esperanza se cumplió con Peón mientras la izquierda cipaya cantaba loas a Roosevelt y saludaba a Churchill en la calle Florida con la V de la victoria.
La “intelligenzia” de derecha y liberal en su conjunto, es una “intelligentzia” que pese a sus variaciones ideológicas, nunca se ha acercado al pueblo, sustancia real del país.
Cuando después de 1946 una mejor distribución de la riqueza elevó al pueblo, esa clase infecunda y perversa vio demagogia y despilfarro porque el pueblo comía.

EL REVISIONISMO HISTÓRICO

El mérito cierto del nacionalismo argentino y su verdadero aporte a la formación de la conciencia nacional, ha sido su labor historiográfica que a despecho de su ideologismo, ha liquidado, a través del examen crítico de las fuentes, la colocación de textos, la exhumación de tradiciones orales y los veneros autobiográficos poco conocidos y ocultos por la historiografía liberal, la estructuración de una amplia bibliografía, todo el edificio levantado por la oligarquía para su autoglorificación.

ROSAS Y SU ÉPOCA

José María Rosa ha investigado la situación económica del período rosista. Para Rosa, la independencia política fue alcanzada al precio de la subordinación económica consumada en 1810. Para el revisionismo, Rosas comienza siendo un hombre de Buenos Aires para transformarse gradualmente en un conductor nacional. Sin embargo, la contradicción entre Buenos Aires, vieja provincia metrópoli, y el interior –librecambio porteño y proteccionismo mediterráneonunca fue suprimida enteramente. El creciente desasosiego de las provincias amenazadas – tanto por Rivadavia como por Rosas- debido al monopolio de la aduana, es el que configura el clima de guerra civil. A través justamente de la Ley de Aduanas, una política conciliatoria y prudente, pero que en ningún modo solucionará la cuestión nacional de fondo. La facilidad con que después de Caseros las provincias fueron dominadas, prueba que la economía rosista no había apuntalado las estructuras sociales del interior. Buenos Aires entraba aceleradamente en el régimen del comercio y la producción capitalista, el interior permanecía inmovilizado en las formas atrasadas del artesanado y no de la industria manufacturera.
Fue la penetración extranjera lo que Rosas retardó, y no justifica la tesis de que Juan Manuel de Rosas haya protegido al interior con criterio nacional. Está defendiendo, con amplia y utilitaria visión política, los intereses de Buenos Aires mediante concesiones parciales a los del interior.
Su protección a la industria artesanal no implicaba un programa moderno, y por tanto, n podía promover el desarrollo industrial, a diferencia de lo que había acontecido en EE.UU. e incluso Paraguay,
El interior nunca fue rosista. Pero Rosas, es innegable, fue más argentino que sus sucesores.

POLÍTICA DE CLASE Y ORDEN POLÍTICO

Rosas no era un político sino un hombre de orden, dice José María Rosa. Sólo los grandes políticos desatan la ola de odios que aún vela la significación de Juan Manuel de Rosas. Lo mismo ocurrió con Yrigoyen y lo mismo con Perón.
Rosas cayó no porque el suyo fuese un gobierno por encima de las clases, sino porque la clase a que pertenecía veía con codicia su vinculación con Inglaterra como más remuneradora que un comercio hasta entonces intermedio entre mercado interno y el internacional. Esa clase ganadera ya integrada, en primer término por Rosas mismo, prefirió en un momento de su expansión sacrificar el país a sus intereses. Si Rosas se opuso al bloqueo anglo-francés, no sólo lo hizo como argentino, sino como provinciano, pues no ignoraba que el interior se levantaría en armas contra el extranjero y que las consecuencias de estos levantamientos podían hacer peligrar la hegemonía de Buenos Aires.
Después del fusilamiento de Dorrego, Rosas trató de conciliar el federalismo de las masas, con su unitarismo de hacendado, y de ensanchar su base política incorporando a los unitarios, convencido tal vez, de que estos terminarían por aceptar su persona a través de un unitarismo práctico disfrazado de federalismo. Tal programa conciliatorio de 1929 no halló eco en la furiosa incapacidad nacional de los unitarios. Pero si la glorificación de Rosas es un exceso, el revisionismo ha planteado por eso mismo, la necesidad de una historia nacional más allá de las restricciones de liberales y nacionalistas. El país la tendrá. Y en esta génesis y síntesis de la verdadera historia nacional, el revisionismo histórico puede, con razón, arrogarse el merecimiento de haber contribuido, por la vía de los estudios históricos a la formación de la conciencia nacional de los argentinos.

BALANCE DEL NACIONALISMO HASTA 1955

El verdadero promotor del nacionalismo de las masas fue Perón mediante su obra defensiva de la economía nacional. Del alto nivel de vida que esa revolución significó para las masas, hasta entonces ultrajadas, devino la conciencia de la dignidad de la nación que fue experimentada por el obrero más humilde como una cosas propia mientras los intelectuales gimoteaban por la libertad, que ellos mismos, como asalariados de la burguesía, no habían conocido. La enérgica connotación argentina del nacionalismo, se ha identificado, sin duda, como emoción multitudinaria, con la acción de las masas, pero el pueblo ha invertido la pirámide conservadora del nacionalismo abstracto y lo ha hecho real.

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