lunes, 28 de febrero de 2011

CONCIENCIA HISTÓRICA Y LIBERACIÓN NACIONAL

por Juan José Hernández Arregui

CAPÍTULO VI

En la Argentina del presente, el nacionalismo de derecha se ve compulsado a reconocer la presencia de las masas como actoras de la historia, y el comunismo el hecho de que las masas, antes que nada, encuadran su lucha en un marco nacional, aunque el destino del proletariado sea internacional. El resultado es el creciente ahondamiento de los problemas y el nacimiento de una izquierda nacional, cuya crítica anuncia la superación teórica tanto del internacionalismo de las izquierdas colonizadas mentalmente, como el conservatismo no menos colonial adverso a las masas del nacionalismo tradicional.
Dado el endeudamiento de la economía internacional, la Argentina semicolonia altamente desarrollada es un eslabón frágil del imperialismo, y su lucha nacional amenaza el dominio mismo de los oligopolios mundiales sobre el resto de los países latinoamericanos.
La terrible presión sobre la Argentina posterior a Perón, la resistencia de su pueblo a la recolonización, es tanto síntoma de la crisis del imperialismo como del creciente malestar revolucionario de América Latina.
La lucha antiimperialista en la Argentina, tiene una fecha de origen: 1930. El pueblo argentino sabe hoy, a diferencia de entonces, cuáles son las causas del drama nacional, ubica las potencias que han convertido a la Argentina en una patria avasallada que resiste con bombas y huelgas la penetración extranjera.
La caída de Perón fue provocada por Inglaterra, no por EE.UU., que luego de años de ofensiva debió ceder ante un gobierno de contenido nacional. En el intervalo, Inglaterra después de la Segunda Guerra Mundial, recuperó su antigua condición de potencia exportadora de capitales de inversión y con ello la voluntad de reconquistar su influencia en la Argentina y participar en la explotación del petróleo luego del desastre en el Medio Oriente.
A Perón se lo puede y debe juzgar en sus graves errores. Pero antes que nada se lo debe ver como el portaestandarte de un momento histórico glorioso de la liberación nacional.
¿Cuáles son las fuerzas antinacionales en la Argentina? 1º) La oligarquía terrateniente que gravita sobre el poder por vías indirectas e inseguras, como supervivencia de la Argentina agropecuaria en la industrial. Hecho que se expresa, bajo la presión de los dos imperialismos, en el carácter proyanqui pero contradictorio de una política, derivada del mayor peso de los EE.UU. y de la decadencia británica como gran potencia mundial, de la presencia interna de una burguesía comercial dependiente del comercio de importación y exportación, vale decir, del imperialismo, particularmente norteamericano, y de un sector de la burguesía industrial que también entrelaza sus intereses a las compañías petroleras, etc., de nacionalidad extranjera. 2º) Amplios sectores de la clase medio en sus estratos superiores –profesionales, intelectuales, funcionarios de corporaciones extranjeras- adicionados en formas diversas al imperialismo y mentalmente disformados por el aparato educativo de la oligarquía, en particular por la Universidad. 3º) Los restos de los partidos tradicionales, parte de la masa estudiantil, etc.

LAS IZQUIERDAS

El movimiento de masas desatado por Perón ha desbarajustado a las izquierdas. El PS asiste a resquebrajamientos, especialmente por una tradicional política de claudicaciones, ocultada durante la oposición a Perón, pero ahora debido a la presencia del proletariado como clase organizada.
El PC merece mayor atención debido al avance del comunismo a nivel mundial. La incompetencia de sus cuadros, su burocratización y su alejamiento de las masas tornan incierta su función nacional.
Tres años después de la caída de Perón, el dirigente Rodolfo Ghioldi expresa el pensamiento de su partido mediante la apoteosis de la Unión Democrática y hablaba todavía del nazifascismo de Perón.
La consecuencia de este error ha sido el desprestigio del PC y su desconexión con el movimiento de masas. De este modo, lo que en su momento pudo ser una táctica útil a Rusia, que piensa en términos nacionales de gran potencia mundial, se ha convertido en una crisis histórica de la izquierda nada fácil de superar.
El mismo Ghioldi dijo en esa ocasión refiriéndose al movimiento de masas: “No es una revolución todo lo que sea movimiento popular en la calle”. Esa revolución puede medirse por los fusilamientos que ejecutó la clase reaccionaria en 1956. Pero el dirigente comunista no habla de las ejecuciones ni de los millares de presos que atestaron las cárceles del país después de la caída de Perón. También dirá que “no hay revolución sin movimiento revolucionario de masas”.
Y al mismo tiempo oculta al 17 de octubre de 1945 para hablar de su primera etapa, el 4 de junio de 1943. Sigue perorando en 1958 sobre la Unión Democrática, que se aprestaba a “resolver por sus propias fuerzas todos los problemas que afligen a la Nación”. Y como es habitual no entiende nada. Para las masas populares, el 17 de octubre fue una etapa histórica de su emancipación como clase, una transformación del Estado mismo, que de la represión militar exigida por las clases reaccionarias pasó a la pasividad policial dispuesta por el gobierno revolucionario.
“La libertad política –escribe Lenin- no librará inmediatamente a los obreros de la
miseria, pero les dará armas para la lucha contra ella. No existe ni puede existir otro medio de luchar contra la miseria que la unidad de los obreros mismos. No hay posibilidad de unión para millones de hombres mientras no haya libertad política”.
Un comunismo así, para el imperialismo, es más barato que los aliados. Estos son los objetivos del PC mismo. Victorio Codovilla sigue defendiendo en 1960 el Frente Popular de 1935. En 1953 creía en la filantropía y acusaba al gobierno de Perón “por embarcar a los países de América Latina contra el imperialismo yanqui”.
Son tan bruscos los virajes y contradicciones de los comunistas, que hasta el afiliado más testarudo, debe pensar que ha contraído matrimonio con una descuartizada.
Se opusieron a las nacionalizaciones pero ahora aducen que esas empresas nacionalizadas “son palancas que si estuvieran en manos de un gobierno verdaderamente democrático y popular servirían para impulsar el desarrollo de la economía nacional y liberarla de la explotación imperialista”.

EL CAMIO IDEOLÓGICO DE LA IZQUIERDA

En este desposeimiento de la mentalidad de la izquierda ha punzado con éxito el control y propaganda de las ideologías mundiales. Sería grave error creer que esa mentalidad es inmodificable.
La revisión de la historia cumplida por otros grupos, el desarrollo de una izquierda nacional que concilia el marxismo con la realidad del país, y sobre todo, la trágica experiencia del retorno del liberalismo económico, inquietan a muchos espíritus que dudan de las antiguas valoraciones de izquierda a través de las cuales pervirtieron su visión de lo nacional.

ERNESTO SÁBATO

El caso de Sábato es también un síntoma del cambio que se opera en determinados sectores de la intelectualidad liberal. este escritor ha sido y sigue siendo adverso a Perón, pero ha planteado la cuestión argentina en los términos de lo nacional y lo antinacional, sobre todo, con referencia al problema de la intelectualidad y el pueblo. Y lo ha hecho como confesión y acusación.
En esta elección ha cuestionado a los próceres de la oligarquía. Ha ubicado a Sarmiento en su lugar, y distinguido el carácter literario valioso de su obra de su intención histórica apócrifa.
Lo ha hecho no como literato puro sino como escritor solidario con su pueblo. Y así, este enemigo de Perón, ha dicho: “Perón politizó profundamente la vida del país y de una manera u otra hizo recurrir a la política a los sectores más diversos de la Nación”. Estas cosas no se las perdonan ni la inteligencia liberal, ni la izquierda. Pues Sábato, enjuició también a esa izquierda sin conciencia nacional que invalidó a la propia generación de Sábato al segregarla del país.
Con compresión del problema dijo: “Se oye decir en este país, sobre todo en los llamados sectores democráticos que es malo que exista un conductor”. Y analizando este argumento expresó:
“El propio Marx ha dicho que la historia se hace en condiciones determinadas o predeterminadas ajenas a la voluntad de los seres humanos, pero la historia la hacen los hombres y naturalmente los grandes hombres. No alcanzo a comprender cómo Churchill, por el solo hecho de ser inglés, haya de ser un líder aceptable y no han de serlo otros que no gozan de tan privilegiada nacionalidad”. Por eso Sábato, a diferencia de la izquierda cipaya, aunque tarde, ha comprendido las causas del triunfo de Perón: “....las banderas nacionales habían sido abandonadas por nuestra élite, y en cambio habían sido empuñadas por las masas que tan a menudo han sido calificadas de chusma iletrada, y hasta lo que es cruelmente paradojal, por los líderes de la llamada izquierda”.
Sábato incluyéndose en ella ha condenado a esa intelectualidad distante del pueblo y de sus símbolos. “Y en 1945 volvimos a equivocarnos, nosotros, precisamente el sector más ilustrado del país. Dijimos “cabecitas negras”, hablamos de “chusma” y de “alpargatas”, olvidándonos que esos “cabecitas negras” habían construido el 90% de los ejércitos patriotas que habían llevado a cabo la liberación de América....¡Qué fácil despreciarlos era desde nuestras aulas!
Pero no hay todavía un auténtico monumento para aquellos soldados anónimos de la libertad americana, para aquellos descamisados de nuestro ejército republicano, mientras hay tantos monumentos y tantas calles para generales que no nienen el mérito de aquellos héroes anónimos”.

LA JUVENTUD UNIVERSITARIA

La crisis de la izquierda abarca a vastos sectores de la masa estudiantil. Por su composición de clase, la mayoría del estudiantado se plegó a la coalición reaccionaria que derrocó a Perón en 1955, que festejó el hecho como un triunfo de la libertad.
El idilio duró poco, y en 1957 se produjeron 92 conflictos, en 1959, 250, mientras 4.000 profesores y funcionarios eran separados sin juicio de la Universidad. Pero a la orientación del estudiantado argentino, ha seguido la toma de conciencia frete al problema nacional.
Es una actitud reaccionaria, no comprender este cambio operado en sus millares de estudiantes.
No sólo han variado, sino que hoy enjuician sus propias creencias. Hasta la Reforma Universitaria de 1918, es analizada desde otros ángulos y se empieza a entender, cómo sus principios, en realidad, fueron armas de la antinación.
Conviene por eso hacer algo de historia. En 1955 los estudiantes católicos no se declaraban reformistas “en cuanto a su ideología y principios”: “Caído el régimen de la dictadura y la corrupción, vemos con júbilo las posibilidades de libertad y democracia que se abren en el panorama nacional. Posibilidades que se tornan garantías si la revolución toma la responsabilidad de encauzar la vida nacional dentro de normas democráticas de libertad y justicia social”.
Este era el pensamiento de estudiantes católicos frente a una Universidad avasallada en su mayoría, por profesores católicos.
Este documento católico es similar a los que lanzaba la FUBA. La Liga de Estudiantes Humanista, en representación de siete facultades, adhería a FUA: “Al caducar las autoridades universitarias nombradas por el régimen anterior y efectuada la toma del gobierno de la Universidad y sus facultades por la FUBA, la Liga adhiere a sus declaraciones al respecto”.
Por la misma época –1956- la Federación Juvenil Universitaria de la Capital Federal denunciaba:
“La intervención de los EE.UU. en Nicaragua, el asesinato del patriota Sandino, los pactos militares que amenazan con la soberanía nacional”.
Ese año caían bajo los pelotones de fusilamiento, argentinos que resistían el retorno de la oligarquía.
Pero los estudiantes callaron.
Pronto la unidad estudiantil colapsaría. La Iglesia fue la primer sorprendida. La caída de Perón convirtió la vuelta de la oligarquía al poder –hecho deseado por la Iglesia- en la expulsión de profesores católicos y su substitución por la izquierda liberal. Y esta masa estudiantil utilizada como fuerza de choque contra Perón, se la convirtió en instrumento para fragmentar y debilitar al estudiantado.
En las tendencias, vistas las cosas a la distancia, se percibe la acción oculta de las fuerzas liberales o eclesiásticas que dirigieron el conflicto. En un manifiesto reformista se lee:
“No cabe duda que esta batalla heroica a favor de la Cultura y el Progreso ha enrolado a todo el estudiantado. Los estudiantes secundarios hemos levantado con orgullo y firmeza la tradición sarmentista y laicista, porque queremos estudiar más y mejor, sobre bases racionales y científicas, y salimos a la calle a defender ese legado. Sabemos a ciencia cierta que no estamos solos. Nos acompañan y nos acompañarán aún más, nuestros profesores que nos enseñaron a defender con pasión el ideal de Echeverría, Moreno y Sarmiento”.
Documento en el que es visible la mano de la oligarquía tras el lenguaje de la reforma del 18 en su mistificación liberal posterior. Sin embargo la conciencia histórica del país unida al movimiento de masas, empieza a penetrar en el estudiantado. En otro comunicado reformista se lee:
“La amenaza fundamental la constituye el problema creado artificialmente por el P.E. con el que se intenta, quizás, ocultar problemas más graves al país. La prensa no nos ayuda. Intenta crear la impresión de que existe una división en el ambiente universitario”.
En un manifiesto de estudiantes de izquierda, se toca la cuestión en forma más categórica todavía:
“Entendiendo que la enseñanza, la difusión de la cultura, es uno de los medios que utilizan las clases explotadoras para mantener su dominio, su forma de vida y pensamiento, y para formar el equipo de técnicos intelectuales e ideólogos a su servicio, es que los estudiantes debemos oponernos con todas nuestras fuerzas a estos intentos”.
La reparación del problema no es casual, sino que forma parte del proceso general de la lucha entre las clases dominantes por la posesión de los instrumentos de dominio, en este caso la enseñanza. Si la oligarquía perdió el control del Estado, hoy en manos de la burguesía nacional industrial, no por ello se resigna a perder el control de las instituciones”.
La masa estudiantil, después de la experiencia de dos años de “libertad y democracia”, no sabe que hacer con los mitos vacíos y exige desorientada participación en la lucha nacional, de vuelta ya del frenético y estúpido delirio de 1955. En este período, el estudiantado empieza a comprender en qué consiste la esencia de esa “democracia”, la verdad sobre una “intelligentzia” mártir a la que ahora conoce en las cátedras. Simultáneamente, se nota el acercamiento al obrero y una defensa implícita del peronismo.
“Es así que la política gubernamental se caracteriza por un marcado contenido antinacional y antipopular, se persiste en el criterio de desnacionalización del gobierno de ipso (es decir de las empresas nacionalizadas, JJH. Arregui); se sigue con el criterio de romper el movimiento obrero, no se toma ninguna medida para solucionar el pavoroso problema del costo de vida, se entrega la política petrolera así como la política energética a los consorcios internacionales”.
En otro documento de la FUBA se dice:
“Es así que después de haber entregado al imperialismo nuestro patrimonio energético, parte de nuestro territorio, la base de Ezeiza, el Frigorífico Nacional, de defender los intereses de aquel que ante las Naciones Unidas, de intentar destruir y oprimir violentamente el movimiento obrero, de enajenar nuestras cultura, de aplicar el plan de austeridad del FMI; el gobierno para poder asegurar el cumplimiento de tales designios asegura la paz social a punta de tanques y bayonetas.
Otro líder de la Reforma de 1918, Alfredo Palacios, declaraba que la Universidad debe formar la conciencia nacional.
El estudiantado volvía a la realidad:
“A ocho meses de la asunción al poder de un gobierno elegido por los votos prestados de la clase obrera obligada a optar por aquellos que le dieron un respiro a su apaleada lucha sindical –se lee una declaración del plenario de la FUBA realizado en 1958- se evidencia que ese apoyo no disminuyó el hecho de que el movimiento obrero atraviesa épocas poco diferentes a las peores jornadas de la reacción oligárquica, revanchista y gorila”.
Ya los estudiantes no atacan al peronismo. Es la misma FUBA que en 1955 instrumento de la oligarquía y con protección policial, ocupó las Universidades, agravió a los trabajadores con su orgullo libresco y desplazó en su furia democrática, todo lo que en la Universidad representaba un pensamiento nacional. En una de sus declaraciones dice:
“Ante el problema del Frigorífico Nacional tenderemos a la realización de un frente común obrero estudiantil, para enfrentar a la patronal y al imperialismo en la lucha conjunta por la liberación nacional”.
¡La Unidad Obrera y popular ha de obligar a retroceder a las fuerzas de la reacción! ¡Los estudiantes no saldrán a la calle para combatir al Pueblo!”
Es un estudiantado, trabajado aún por el lenguaje de la vieja izquierda, pero que comienza a pensar en términos nacionales. En otro manifiesto de la FUBA de 1959 se lee:
La clase obrera, despreciada por los estudiantes, tanto reformistas como católicos en 1945 al grito de: ‘Libros sí, alpargatas no’, ya con anterioridad y hondo sentido nacional, habían accedido al requerimiento de los estudiantes con palabras que debería avergonzarlos:
“El plenario de la CGT consideró los suceso conocidos y resolvió exigir al ministro del interior la separación de sus cargos de los jefes que ordenaron abrir fuego contra los estudiantes”.
Así recibía la clase obrera al estudiantado que tres años antes había militado junto a la oligarquía y al imperialismo.

LA UNIVERSIDAD DE LA ENTREGA

El profesor Enrique Gaviola es un claro ejemplo de la mentalidad antinacional universitaria.
Este profesor acusó de farsante en tiempo s de perón, al sabio de fama mundial Ronal Richter.
Gaviola, al servicio de EE.UU. sostenía que la URSS no tenía interés en que las universidades colonianes se perfeccionasen, en tanto los EE.UU. propician el perfeccionamiento universitario, con el fin de la formación, en los países coloniales, de equipos universitarios gobernantes cuyo genio impedirá la revolución social”. Gaviola llama “tendencia neofascista” a las fuerzas nacionales antiimperialistas. Es la inteligencia del imperialismo que busca desde la cátedra apartar a los estudiantes de la lucha nacional.
En 1946 el profesor Gaviola se volcó contra la Univertsidad de la cual era profesor. Una Universidad que abrió las puertas a todos los argentinos sin distinciones sociales. En esos días, Gaviola defendía a la escuela primaria al servicio de las valoraciones conservadoras y liberales de la oligarquía. Por eso decía: “El ambiente de nuestras escuelas primarias es, a en lo que los niños alcanza, buena”. Y piensa que la corrupción se produce en la enseñanza media y universitaria.
Es partidario, entonces, del privilegio en los estudios: “Por suerte, una parte pequeña pero creciente de los alumnos se muestra inmune al contagio. La influencia de la cuna honrada domina a la de la educación. Pero esa parte es muy pequeña aún”. Tal es el pensamiento “democrático” de este cavernícola liberal. Para Gaviola, la meta es apartar al estudiantado de la acción.

LA IZQUIERDA NACIONAL

En la Argentina, como producto de la transformación del país y de la evolución y confrontación de las ideas ha crecido una tendencia que puede calificarse genéricamente como “izquierda nacional”.
Por Izquierda Nacional, en un país dependiente, debe entenderse en sentido lato, la teoría general aplicada a un caso nacional concreto, que analiza a la luz del marxismo, en tanto método de interpretación de la realidad, teniendo en cuenta las peculiaridades de cada país.
Esta tendencia, en la Argentina, fue acusada falsamente por las derechas y las izquierdas colonizadas de trotskista.
La grave lucha interna se agudizó en Rusia, con posterioridad a la muerte de Lenin en 1923 dio origen a dos tendencias, cuyas cabezas visibles fueron José Stalin y León Trotsky. En ambos bandos militaron revolucionarios de la vieja guardia, calumniados los unos y los otros, lo cual terminó proyectándose al orden internacional. Entre 1936-1938 culminó la crisis con el aniquilamiento en Rusia de la corriente trotskista.
En la Argentina, el trotskismo, en sus orígenes, se expresó como discusión del problema ruso.
En 1939 se insinúa una posición más nacional y una crítica justa a las tácticas de los frentes populares.
El trotskismo, en sus minúsculos grupos, parece condenado a oscilar entre un violento extremismo, la absorción por el movimiento nacional de masas y el socialismo pequeñoburgués, pero al mismo tiempo, en el plano ideológico por su comprensión de la cuestión nacional y el nivel teórico de sus elementos individuales, cumple una tarea crítica de positivo valor ideológico.

EL REVISIONISMO DE IZQUIERDA

Entre los representantes de la izquierda nacional que surgen a la vida política cerca de 1945 debe citarse al más influyente: Jorge Abelardo Ramos. El pensamiento histórico-político de Ramos está expuesto en su obra más elaborada Revolución y Contrarrevolución en la Argentina.
En este libro, la historia de la oligarquía desenmascarada en su esencia ensangrentada por los valores de la Bolsa portuaria, afirmada en la barbarie política de la clase dominante y orientada por el interés extranjero.
El libro está vertebrado sobre una idea fundamental: sólo los personajes de nuestra historia que se han apoyado en las masas y en su voluntad histórica de ser, han representado tendencias sociales auténticas. La aplicación metodológica de esta tesis marxista da por resultado una reconstrucción henchida de vida, donde el pasado y presente de los argentinos se ensamblan con la orgánica continuidad de los hechos colectivos de la historia nacional. Tamos sigue y analiza desde las alturas de la Argentina actual y no desde las abstracciones secas de una historia oficial fraudulenta. Por eso, la clave de Ramos está en sus propias palabras: “La historia es prisionera de la política”.

EL METODO Y LA DOCUMENTACIÓN

Ramos no maneja documentación inédita, pero si es notable su interpretación. Presenta la sucesión de hechos y personajes que en las historias oficiales aparecen determinados por azares psicológicos, sujetos al matraz invisible de los vastos y lentos procesos de la economía internacional.
En este marco, los actores adquieren vida y se esclarecen a sí mismos en sus motivaciones de clase, al encajar dentro de los fenómenos colectivos, bases de toda explicación racional de la historia –para Ramos- es el conflicto entre el interior meditetrráneo empobrecido, el litoral ganadero indeciso entre el país y Buenos Aires, y en definitiva, en permanente compromiso con la aduana de la ciudad puerto. De estos antagonismos surge al primer plano político el triunfo de la oligarquía portuaria, unitaria primero, liberal después y finalmente apartida. Todo esto sobre el trasfondo de una voluntad desdibujada e inflexible: Inglaterra.

ROSAS, MITRE, ROCA

La figura de Rosas, pivote de nuestra historia, es enfocada en sus orígenes y consecuencias históricas. Tal visión, ajena al odio liberal y a la apologética católica, devuelve sus dimensiones a esta personalidad histórica
Las páginas más brillantes del trabajo apuntan a la destrucción de un trágico mito histórico:
Mitre. Una documentación que los historiadores marxistas han rehuido u oscurecido, le permite a Ramos presentar a Mitre como la figura antinacional por excelencia, negador del federalismo, campeón del separatismo y encarnación de la política impuesta por el imperialismo, con su resultado, la conformación colonial del país. Lo mismo puede decirse del enjuiciamiento de la guerra del Paraguay, conducida por Mitre al servicio del interés británico y en beneficio del Brasil.
La tesis algo estrepitosa del autor, está en su reivindicación del Gral. Julio A. Roca, en quien ve la personificación, con relación a un período histórico complejo y mal estudiado o deformado por los intereses del presente, del federalismo popular, que en diverso sentido encarnaron Rosas y los caudillos, opuestos al poder de Buenos Aires. Roca habría sido una especie de fórmula transaccional entre el país y la ciudad puerto obligada a conceder parte de su hegemonía ante el peso político y militar de las provincias. La tesis en sí misma no es falsa. Es exagerada.
Puede aceptarse dentro de la oligarquía nacional en formación, Roca representó su tendencia más argentina.
Nuestra crítica consiste en que a raíz de la política nacional de Roca, la oligarquía portuaria derrotada política y militarmente por Roca, en realidad heredó un país más vasto. La explotación oligarco-imperialista, a raíz de la unificación del país por Roca, se hizo posible en escala nacional, pero al mismo tiempo quedaron creadas las bases de la lucha por la liberación también en escala nacional. Roca, en última instancia fue absorbido por la oligarquía y nunca dejó de ser su representante.

INDUSTRIA LIVIANA – INDUTRIA PESADA

Una de las críticas al régimen de Perón formulada por Ramos consiste en señalar que la industria pesada fue postergada en beneficio de la liviana. Esta crítica pone como ejemplo, de primera intención convincente, a Lenin, quién enfiló todo el esfuerzo nacional ruso, después de 1917, hacia la consolidación de la industria nacional pesada, a pesar de los sacrificios cruentos pero necesarios, impuestos a la población en su conjunto, y particularmente al campesinado.
Tal crítica, es también aplicable a la Argentina. De lo que se olvida es que ya en Rusia, en la época de los zares, existía una gran industria pesada. La situación no es la misma en un país colonial, donde los gobiernos de orientación nacional se ven obligados a luchar con medios legales contra la antigua clase de los grandes propietarios territoriales.
En tales países, la posibilidad de la industria pesada tiene por causas, o bien necesidades militares, o bien el desarrollo desordenado de la industria liviana, y generalmente ambas causas se complementan.
Durante el gobierno de Perón ese desarrollo, en un breve plazo de tiempo, fue tan poderoso que creó la necesidad de la industria pesada en términos perentorios. Esto explica que Perón se viese obligado a solucionar el problema energético, particularmente, el del petróleo. A demás la industria pesada estuvo en las ideas de comienzos del régimen, y por ello se construyeron las gigantescas usinas de San Nicolás, diques, altos hornos, etc.
De todos modos, queda como un alto mérito de Ramos haber formulado una interpretación histórico-política de contenido nacional, de innegables consecuencias educativas y de poderoso soplo crítico y revolucionario.

PENSAMIENTO FINAL

El dilema es de hierro. O nación o factoría. Ante la conciencia histórica de los argentinos que se levanta el mandato de nuestras glorias nacionales enlutadas por voluntad de antipatria. Y es la conciencia nacional de los argentinos, fruto de un acaecer histórico doloroso pero no gratuito, la que les anuncia a las naciones opresoras de la tierra invirtiendo el temor de Darío –poeta inmortal de nuestra América- que los hispanoamericanos no hablaremos inglés.

jueves, 24 de febrero de 2011

Nota a la Tercera Edición de El IMperialismo y El APRA


por V. R. Haya de la Torre

Cuarenta y dos años después de escrito este libro, y a los treinta y cuatro de su segunda edición, se publica ahora en una tercera. Ni "corregida y aumentada" como es de uso, ésta reproduce cabalmente el contexto de las dos precedentes a fin de mantener auténtico su valor documental.
El lector del presente trabajo habrá de evaluarlo a la luz del acontecer histórico, especialmente americano, en el lapso transcurrido desde 1928. Consideración de perspectiva sin duda pertinente para una justa apreciación de sus enfoques y planteamientos. Los cuales en su esencia ratifico, habida cuenta, claro está del espacio y el tiempo en que fueron formulados.
De los grandes sucesos acaecidos en los cuatro últimos decenios, el mayor ha sido la segunda gran guerra que conflagró al mundo de 1939 a 1945. Acerca de su posibilidad e inminencia se escribió previsiblemente en el Capítulo V de este libro que "no ha de ser un acontecimiento que pueda sorprendernos"[1]. Ello no obstante, lo que sí debe considerarse como un carácter inesperado de aquel terrible conflicto universal, es el movimiento político que le dio origen y la ideología racista del nuevo tipo de imperialismo, que promovió el insólito y veloz surgimiento y prepotencia del Partido Nacional Socialista alemán acaudillado por Hitler.
"Cuando un imperialismo adopta como ideario las diferencias raciales, proclama que los hombres son superiores o inferiores según la sangre que llevan en sus venas y el color de su piel, entonces los pueblos que no pertenecen a la raza escogida y destinada al dominio del mundo deben temer dos veces la victoria de aquel imperialismo. Porque no sólo trae la hegemonía económica, la explotación y sojuzga­miento de los pueblos por razón de su pobreza o debilidad, sino el derecho de esclavizarlos porque son racialmente "inferiores". Y ésa es la esencia de la filosofía nazi-fascista que entraña la lucha de razas"[2].

jueves, 17 de febrero de 2011

I. EL ESTADO, ÓRGANO COMUNITARIO (7)

por Jaime María de Mahieu

La utopía anarquista

No han faltado teóricos, sin embargo, que consideren dicho mando superfluo y parasitario.
Para los sociólogos de la escuela anarquista, la autoridad central es, no sólo inútil, sino también perjudicial para la existencia común de los grupos y los individuos. No es sino un instrumento en manos de una minoría opresora, y se superpone a la realidad comunitaria sin jamás formar parte de ella. Kropotkin, en eso muy distinto de los individualistas, analiza perfectamente la estructura orgánica de la sociedad, pero la jerarquía, para él, sólo tiene razón de ser en el interior de los grupos y no entre ellos La Comunidad anárquica estaría formada, pues, por un mosaico de colectividades pequeñas, que se entenderían automáticamente por el solo hecho del interés común y de la solidaridad natural. Según el ejemplo preferido de nuestro autor, la colaboración de los grupos autónomos sería tan fácil como la de las compañías de ferrocarriles de un mismo continente, que coordinan sin dificultad alguna sus diferentes actividades técnicas y comerciales aunque no existe por encima de ellas ninguna autoridad central.
Para Marx y sus discípulos, el poder no pasa de ser la expresión dominadora de una clase económica, burguesía o proletariado, y la dictadura socialista, una vez quebradas las resistencias interiores y exteriores, desaparecerá para dejar lugar a una sociedad comunista sin clases en la cual la administración de las cosas sustituirá al mando sobre las personas Aunque no tiene de la estructura social natural una concepción tan claramente enunciada como la de Kropotkin y considera la extinción de la autoridad comunitaria como la conclusión de un largo proceso evolutivo, Marx estima, pues, no sólo deseable, sino también inevitable la sociedad anárquica.
Pero se trata evidentemente, en uno como en otro, de una utopía que procede de una herencia enciclopedista no repudiada: la creencia en la bondad natural del hombre. Por paradójico que eso pueda parecer en Kropotkin, cuya concepción orgánica de la sociedad es del todo semejante, salvo en lo que atañe al punto que nos ocupa, a la de Maurras, y en Marx, que, en el campo económico, reacciona tan violentamente en contra del liberalismo del siglo XVII, uno y otro siguen impregnados de las teorías elaboradas y utilizadas por la burguesía en su esfuerzo por desintegrar la comunidad tradicional y adueñarse del poder.
Rechazan, sin embargo, el individualismo y admiten el carácter natural de la sociedad. Kropotkin muestra además con una claridad sorprendente la existencia en el hombre de un instinto de solidaridad más fuerte que su tendencia egoísta a la lucha por la vida. Pero se niega a ver, también como Marx, que dicho instinto se expresa precisamente por un orden jerárquico. Igualitarios, niegan la autoridad en sí, o, por lo menos, su legitimidad. Optimistas, piensan que el hombre vivirá pacíficamente en buena inteligencia no sólo con los miembros de su grupo, sino también con los grupos vecinos. Olvidan que el instinto de solidaridad sólo actúa automáticamente en el marco reducido al que el individuo se siente ligado por una vida colectiva inmediata, y que le es necesario, para afirmarse en el seno de conjuntos más amplios, apoyarse en la realidad de una estructura preestablecida que no puede existir sin mando.
La historia de la Edad Media nos muestra un ejemplo irrefutable de los límites de la solidaridad espontánea. En el caos nacido de las invasiones bárbaras y de la desintegración del Imperio romano, los grupos comunales se replegaron en sí mismos, estrechamente unidos alrededor de los jefes militares que las necesidades de la defensa hacían imprescindibles. Pero se trabaron en lucha entre sí. La Comunidad no sobrevivió a la desaparición de la autoridad que la hacía real, y esto a pesar del interés que todos tenían en conservarla.

lunes, 7 de febrero de 2011

Plan revolucionario de operaciones


por Mariano Moreno

Señores de la Excelentísima Junta Gubernativa de las Provincias Unidas del Río de la Plata:

Volar a la esfera de la alta y digna protección de V. E. los pensamientos de este Plan, en cumplimiento de la honorable comisión con que me ha honrado, si no es ambición del deseo, es a lo menos un reconocimiento de gratitud a la Patria; ella solamente es el objeto que debe ocupar las ideas de todo buen ciudadano, cuya sagrada causa es la que me ha estimulado a sacrificar mis conocimientos en obsequio de su libertad, y desempeño de mi encargo. Tales son los justos motivos que al prestar el más solemne juramento ante ese Superior Gobierno hice presente a V. E., cuando, en atención a las objeciones que expuse, convencido de las honras, protestó V. E. que nunca podrían desconceptuarse mis conocimientos, si ellos no llegaban a llenar el hueco de la grande obra.
En esta atención y cumplimiento de mi deber, sería un reo de lesa patria, digno de la mayor execración de mis conciudadanos, indigno de la protección y gracias que ella dispensa a sus defensores, si habiéndose hecho por sus representantes en mi persona, la confianza de un asunto en que sus ideas han de servir para regir en parte móvil de las operaciones que han de poner a cubierto el sistema continental de nuestra gloriosa insurrección, no me desprendiese de toda consideración aun para con la Patria misma, por lisonjear sus esperanzas con la vil hipocresía y servil adulación de unos pensamientos contrarios, que en lugar de conducirla a los grandes fines de la obra comenzada, sólo fuesen causa de desmoronar los débiles cimientos de ella; y en esta virtud, el carácter de la comisión y el mío, combinando un torrente de razones, las más sólidas y poderosas, uniformando sus ideas, me estrechan indispensablemente a manifestarme con toda la integridad propia de un verdadero patriota.

jueves, 3 de febrero de 2011

Nacimiento y transfiguración de una fe, que también puede ser de otros

por Raúl Scalabrini Ortiz

El hombre habla frecuentemente de su vida, pero pocos, en verdad, la habrán palpado como una unidad consistente. Yo, al menos, no la he sentido así. He tenido días, simplemente. Días de sufrir. Días de esperar. Hubo momentos magnéticos, como relámpagos, y grandes zonas de depresión. A mis días le faltó conjunción. Fueron los unos extrañamente ajenos a los otros. Ni aun en la plasticidad del recuerdo se refunden. Les faltó sometimiento a una empresa más grande que ellos mismos. Les faltó subordinación a una fe. Desde ese punto de vista, mis días fueron característicos de una generación que se relajaba en el descreimiento. Por eso hablo en primera persona. Se habla de sí mismo por orgullo o por humildad zoológica, como hablaría de sí el tero, el chajá o el ñandú.

Desde esta colina de los cuarenta y ocho años, recién veo claramente que a través de todas las alternativas yo buscaba una creencia, un sistema de perfección, una tarea irrealizable que podía ser realizada en cualquier momento. Para ser yo mismo quería fundirme en algo más grande que yo mismo.

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Mi búsqueda fue desesperada sin saberlo. Sin una creencia, el hombre vale menos que un hombre. Sus poderes se amenguan, su vitalidad se marchita. Ignoraba que fuera tan arduo el aprendizaje del saber creer. Con premurosa ingenuidad hurgué todos los conocimientos. Mi puericia, mi adolescencia y parte de mi juventud se fraccionaron entre el revelado chacoteo de la calle y la disciplina del estudio.

Bajo la tutela de mi padre, maestro de maestros, me inicié en razonamientos eruditos, descifré textos de filosofía, supe de discrepancias conceptuales y aprendí a arrebañar y conducir abstracciones. Poco obtuve de los filósofos, sin embargo. El filósofo no es gustoso de consignar en las letras la debilidad substancial de sus días. La primera esperanza de una fe se me desgastó en ellos. Luego he seguido leyéndolos, pero ya fue con ánimo mezquino, para aguzar y adiestrar en su manejo los instrumentos de comunicación y de expresión.

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Mi desasosiego me adentró en ese minucioso escarbar del mundo material que se llama ciencia. El aprendizaje de las ciencias es cautivador, porque a medida que se estudia se sabe cada vez menos. El mundo se escurre de todas las mallas de las sistematización. Cuanto más secretos de arquitectura cósmica, de estructura atómica u orgánica se enumeran y dilucidan, más se multiplican los misterios. No hay ciencia que resista la demolición de tres preguntas candorosas de niños. La tarea fundamental de la ciencia es suplantar las definiciones ajadas por otras de palabras flamantes. Por eso yo manejé la biología, la física, la botánica, las probetas y los frascos de Erlenmeyer con el mismo estado de ánimo de quien tira al blanco: con profunda concentración inmediata, pero sin convicción permanente.

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También fui aplicado en álgebra y en toda matemática. Es un ejercicio mental apenas más laborioso que el juego de ajedrez. Pero hay un límite para la acción sin apego y pronto el ingenio del cálculo infinitesimal y de la geometría proyectiva se fueron al archivo de las recreaciones transpuestas, junto a las bolitas de vidrio y a la pelota de fútbol. Debo confesar que la capacidad de concatenar un razonamiento se fortificó en ellas. Además, las matemáticas me libraron del encandilamiento matemático. La intensidad del pensamiento abstracto me acercó, sorpresivamente, a la intensidad del pensamiento lírico. Cuando se reduce el alcance de un número al de un adjetivo, la fórmula matemática alcanza una fuerte densidad emocional. Quizá en reposo lejano pueda fundar esta inusitada semejanza, que Gauss presintió. Pero hoy mi voluntad es hablar solamente de mis creencias perdidas, fundamentando, así, mi derecho a ser uno cualquiera que sabe que es uno cualquiera.

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Pasé varios años de desafuero educacional. Leía desordenadamente y creía ser ajeno a la ciudad, cuando la ciudad comenzaba a insumirme. Sin saberlo, y más bien suponiéndome distinto, yo estaba comenzando a ser un muchacho porteño. Jugaba al billar, boxeaba y hasta fui campeón en el arte de endosar trompadas. Pero mi intimidad de veinticinco años se encontraba perdida y sin objeto. En mi escaso juicio, yo era un extranjero entre los míos. Poco recibía de ellos y poco les daba, suponía. Fueron días desapaciguados, de acción mortecina y de pasión reticente, tan desvaídos que es casi imposible reconstruirlos. Lo más vitalmente valioso de mi juventud quedó tirado en las calles de Buenos Aires.

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Fueron épocas de vagancia, sacudidas por extremas tentaciones y zarandeadas por deseos escurridizos. Era el tiempo de conocer. Cada día ofertaba un itinerario y una fisonomía forzosamente desemejante. Traté personas de toda laya. La sabiduría leída comenzó a parecerme despreciable. Me percaté de cuánta suma de perspicacia, de ahínco y de vigor se malgasta anónimamente en la simple función de vivir. Oscuramente presentía que el hombre es digno de serlo por lo que calla, no por lo que expone; por lo que sofoca, no por lo que desencadena; por lo que proyecta no por lo que realiza. Me pareció que el fracaso es el mejor temple del corazón humano. La sabiduría, el poder y la riqueza se me ocurrieron plebeyas, y con frecuencia solía avergonzarme de saber un poco más. Al rever esta etapa de mi vida comprendo que la ciudad tenía para conmigo una severidad de maestra de primeras letras. La inédita visión del mundo autóctono subía en mí como sube el zumo de la tierra en el gajo recién transplantado. Una convicción ascendía hasta el espíritu desde lo elemental.

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Pero aún me faltaba una lejanía. La lejanía es una gimnasia del afecto. Y así fue mi alejamiento. Comencé a buscar mi verdad huyendo. Conocí la pampa, los bosques, la cordillera. Anduve en los ásperos altiplanos tocadores de quena y en las orillas de mi río natal, cuyas aguas descienden al mar con un silencio de siglos. Y un día sin importancia, un día cualquiera, un día desproporcionado con la decisión, me fui a Europa en un barco de carga.

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La distancia es el tiempo mismo que está acostado, y por eso lo mío lejano es más mío. Europa es la tierra con la forma sensual del anhelo del hombre. Allí todo es blando y fácil, hasta el morirse. Yo llevaba una estima reverente. Conjeturaba que los europeos eran con relación a sus obras lo mismo que nosotros con relación a las nuestras: infinitamente superiores a sus realizaciones. Me equivoqué. Di con técnicos. Técnicos del saborear. Técnicos de la escritura. Técnicos del querer. Técnicos del cálculo. Me sorprendí al comprobar que la producción era superior al productor. Sus obras resumían lo más valioso de cada uno, acrecentadas por el esfuerzo coincidente de los antecesores. Cada hombre está íntegramente en su órbita. El labriego es el mejor labriego y el historiador, el mejor historiador, nada más. Pero no sentí en ellos esa congestión de posibilidades, ese atrancamiento de pasiones, esa desorientación de solicitudes, ese afán de determinar inhallables que había sentido palpitar en la entraña joven de mi tierra. Días hubo en que me gané mi pan barriendo la nieve de las calles de París, pero en ningún momento se me privó de la posesión de cuanto es más grato al hombre: la doble carne tibia del hambre y del afecto. Sin embargo, nunca me he sentido más solo e incapaz de comunicación. Allá no entienden el vibrante lenguaje de nuestro silencio con que expresamos lo que no podría expresarse de otra manera. Allá, en la butté Montmartre, ella recitaba su técnica de amor, pero lo único mío era una luna lúcida y rechoncha, una luna porteña que espiaba jovialmente por un ojo de la noche.

En Europa se produjo el mágico trueque de escalafones del que aún me sorprendo. Fue un inusitado cambio de niveles, algo así como un sifón que se colma y de pronto vacía el recipiente que iba llenando. El pasado se reincorporaba en mi espíritu con apuros de reconsideración. Comprendí que nosotros éramos más fértiles y posibles, porque estábamos más cerca de lo elemental. La revisión fue brusca y profunda. Hasta la historia de los hombres de mi tierra, de la que estaba atosigado por una didáctica torpe e insistente, se abrió ante mí como si sus hechos fueran las ridículas procuradoras de la sabia del futuro. La probabilidad de una fe encontrada en el seno mejor de mi propia entraña se expandió súbitamente.

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Cada creencia implica una concepción propia e integral del mundo, y la mía naciente presuponía un imperativo de primordialidad, una virginidad mantenida a toda costa. Era preciso mirar como si todo lo anterior a lo nuestro hubiera sido extirpado. La única probabilidad de inferir lo venidero yacía, bajo espesas capas de tradición, en el fondo de la más desesperante ingenuidad.

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Así brotó en mí una fe alegre. La alegría viene de adentro, es una creencia armónica tan bien calzada con el ser que no necesita deshacerse en carcajadas. La legítima alegría es una incandescencia del espíritu. Desde entonces mi vanidad es, no de libros leídos sino de vidas hojeadas en que sentí similitud con la mía. Mi orgullo: el saber licuarme entre los hombres que sienten como yo. Mi fe: la de que los hombres de esta tierra poseen el secreto de una fermentación nueva del espíritu.

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Ausculté la ciudad por todos sus perímetros. Vi el río joven profundizar sus canales y trazar su cauce. Vi la pampa inaccesible y el humo de las chimeneas y del aliento del hombre que asciende en lentos halos incendiados por el recogido sol de la tarde. Ya sé los hipos de los autos, el zumbar de las dínamos, el voceo de los mercaderes, el pregón de los baratilleros y el puntilloso deletrear del niño. Cada casa con su bulla y su color fundidos en un solo ulular grisáceo que cimbra en cadencias sordas...era la magnificencia del progreso hablando y no me interesó. La ciudad se me ocurría opaca e inerte.

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La ciudad es de tierra cocida y extiende entre cilancos su estructura petisa. Está inmóvil. Unas casa son más altas, otras más bajas. Calles hay rectas y torcidas, angostas o anchurosas. Pero hay un pedazo particular en la emoción de cada una. Un pedazo que como un miembro palpitante del recuerdo, un elemento del enternecimiento. Ese edificio, mudo para todos, cuenta la persecución de una muchacha hace diez años. Esa cuadra del primer rubor supo tus quebrantos, luego, y tu aniquilación paulatina. La aventura posible embanderó cada cuadra y cada barrio, y la afección personal da una perspectiva a cada perspectiva chata.

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Mas aún no era mi presentida ciudad. Hay algo, en esta confesión, de vida incompleta, de involuntaria restricción, y el que cercena una parte de su ser más profundo pierde su equilibrio y lo que hubiera sido unidad poderosa se desgaja en violencias, en alternativas o en la concentrada ebullición del desencanto.

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Me reincorporé a la monotonía innumerable de la vida porteña. Me insumí en ella. Vi mis días como granos en que mi vida se desmoronaba. Esa carcoma llegó a mostrarme lo vivo y actual como ya deshecho y podrido. Mi unción seguía implacable descascarando el frente impasible de las casas y de los hombres. Entrevistaba zaguanes con rastros de intimidad, recogía intenciones, reencontraba inocencias en desafueros, castidad en aparente lujuria. Rehacía en la ciudad opulenta la tímida ciudad interior. Recomponía. Imaginaba. Conocía.

Un inmenso vacío circundaba y pesquisé un testimonio trasmisible de mi recóndito conocimiento. Quería formas expresivas para ese silencio adverso en que consientes, para esa prontitud arisca en que te acorralas, para ese mirar como si nada fuera nuevo y todo hubiera sido tuyo, para ese deslizar de tu pasión sobre la pasión ajena, para esa sonrisa sin nada en que disuelves tu ventura, para ese estar en vigencia, así como todos en cada uno y cada uno en ninguno.

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Presumí incapaz a la sola descriptividad. Mi vocación es de realidad y de atenerse a ella. El mundo es un sueño que no debe desvanecerse, un sueño que debe defenderse a toda costa, un sueño al que de cualquier modo debe conferírsele una eternidad. Pero la realidad no es la materia ni lo sensorial exclusivamente. La casa en edificación asciende y admiramos la casa y la mano que la erigió. Pero la casa nació de una intención anterior. La intención de una voluntad primitiva. La voluntad de un deseo. El deseo de un espíritu. Ese espíritu era el objeto de mi búsqueda y la manera de connotarlo. La realidad de ejecución es despreciable. El espíritu es lo permanente.

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Es miserable la consecución de los pueblos erígidores. Los egipcios dejaron dos pirámides para estupor de botaretes, los persas unos leones y perfiles de tachuelas cincelados en la piedra. En cambio aquellos hindúes haraganes encontraron la fuente de toda filosofía. Por occidental que parezca, no hay especulación que de ellos no emane. No hablaron casi, no testificaron nada más que la reducción última de su pensamiento y de su sentimiento más puro, y la energía latente de su estatismo prosigue desconcertando sucesivamente a la dinamicidad europea, El Ganges irreductible, prosigue musitando Inglaterra entera.

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El que nada hace puede hacer más que el que hace, puede elaborar su propio espíritu. El nada hacer no significa inactividad. Para el espíritu, la forma y su presencia es un estado de acción, es la acción misma en toda su posibilidad y extensión. Una rodilla no puede flexionarse lateralmente sin dejar de ser rodilla, y el que tiene alas algún día volará. En potencia, está volando siempre. El espíritu, como el corazón del hombre, no cesa mientras existe. Su detención es su destrucción.

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Penetraba sin determinación en la entraña de la ciudad, porque hay jerarquías de voluntad, de sentidos, de arrojo, de inteligencia; formas de mensurar su tenacidad, su aptitud de aguante, su longitud de constancia, pero no hay jerarquías de espíritu. En él todo se equivale porque es suma y resumen.

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El espíritu yace en el fondo de la realidad. El espíritu es la perla de la realidad. Para alcanzarlo hay que zambullir hasta las napas primordiales, perforar las olas de lo contingible, resistir la comprensión, soportar el ahogo y discernir en la profundidad.

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El espíritu no son las palabras y ni siquiera las ideas. El espíritu es mudo y sordo como otra energía. Por eso, más cerca de su localización y hallazgo está el sentidor que el pensador.

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En este sorites yo quise determinar una subconsciencia mía:

Las formas del cuerpo son anécdotas del cuerpo, como los gestos, timbres, colores y olores.

El cuerpo es una anécdota del espíritu individual, como la lealtad, la memoria, la perspicacia.

El espíritu individual es una anécdota del espíritu de la tierra, como el clima, el ambiente, la idea fundamental, el tono del cielo, lo que no se precisa: germinación de una esperanza.

El espíritu de la tierra es una anécdota del espíritu cósmico, como es posible que también en otros círculos siderales exista.

El espíritu cósmico es una anécdota de Dios, ser pluscuamperfecto de toda acción.



Para rozar la extremidad hay que someterse a la humildad de no eludirse a sí mismo y sondar en sí lo estructural, catear esa parcela de perdurabilidad que en nosotros anida y que es como el granito básico de nuestro azar emocional e intelectual.

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Lo imprescindible es a partir de lo propio: de sus ojos, de su emoción, de su impulso. Andar su camino con sinceridad despiadada y sin asombros de sí mismos. Decir empequeñecidamente: yo, y sentir que ese pronombre se hincha hasta ser inconmensurablemente más grande que uno mismo.

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Así advine a la expansión de voluntad lírica, único vaso comunicante en que una transfusión de esencias es factible. Lo demás puede ser repetido, pero no absorbido. Es información no consubstanciación. Puede ser petulancia o ficticio principio de autoridad, pero no verdadera consolidación. La emoción solamente es transferible y de ella es la imagen. La imagen puede requerir un libro o toda la obra narrativa de un hombre, pero la comunicación es casi siempre instantánea. Una mirada suele bastar, una palabra, un apretón de manos o una idea exactamente emitida. Di, pues, en ser resumido. Lo que así no fuera, no sería de ninguna otra manera. Me exigí mínimos progresivos. Ellos se irguieron en afirmación de imagen.

Cuando es fidedigna, la imagen es la suprema probabilidad de comunicación humana. Los demás productos de la inteligencia son chácharas. Todo lo que se ha corrompido en el mundo, se ha corrompido por buenas razones. Esa frase fue de Hegel. Al repetirla la hago mía. Lo cierto es que el fruto mejor de la inteligencia aislada, la ciencia y su arrogancia, no es más que un bastardo espionaje del mundo. Algún día esto será demostrado y la demostración será también una impotencia, porque provendrá de un sentido del mundo fraccionado.

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La opción, pues, de estas expresiones no fue sino escasamente decidida. Pero lo sincero es forzosamente pariente de lo sincero. Hay palabras gastadas, pero la pasión que las empapa no puede haber sido manoseada aún por otras palabras. Digo Dios, por ejemplo, y ese Dios no es señor de cultos profesados ni está en servidumbre de dogmas vigentes. El dogma es una fe anquilosada. Los dogmas se pervierten de inmediato en el empleo del hombre y todo dogma pervertido es un concepto enconado contra el hombre, en que yo estoy.

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Este Dios es menos servicial de plegarias, ex votos y salutaciones. Es el módulo intangible del sentimiento. La única solución verbal de la limitación lógica. La ligazón extrema de todas las coexistencias. La respuesta de todos los paralogismos. El nudo de los afectos y pavores. La posible consolación. En una palabra, en la anarquía sin norma de los aconteceres, el concebir de una constancia.

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Nada hay más cercano a Dios que el hombre multiplicado por sí mismo en la potencia humana de la muchedumbre, porque ella es la expresión de la tierra y la voz del tiempo que la acuna.. pero la multitud no es nada más que un hombre aislado, reducido a su limpieza elemental de hombre, en que lo inmanente aflora y se proclama. Un solo hombre aislado, también es Dios cuando no es nadie, cuando es un simple festón de tiempo que en él madura, detenido.

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Esta es la tierra sin nada, tierra, para nosotros, huérfana de seducción visual y de intimidad concreta. Es la tierra de crearlo todo, hasta la tierra misma. Solamente el espíritu del hombre puede engalanarla y acercarla a su Dios, que está esperando.

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La paleontología y la semántica podrían demostrar, con argumentos razonablemente irrecusables, que el primer hombre del mundo germinó en esta pampa argentina. Pero dentro de nosotros mismos hay una demostración más integral aún. Son chispazos de primitivismo que hienden de cuando en cuando la oscura rutina de nuestra aparente cultura, en que todo es ajeno: la sangre, la técnica, los dioses. En esas efímeras y apenas perceptibles manifestaciones del espíritu de la tierra pervive la única probabilidad de grandeza auténtica, porque en lo elemental Dios y el hombre están frente a frente, creándose mutuamente.


fuente www.scalabriniortiz.galeon.com