jueves, 24 de marzo de 2011

Perón habla al campo


25 de octubre de 1973

Señores:

En primer término, tengo el placer de saludarlos y agradecerles la amabilidad que han tenido de llegar a esta casa. Es indudable que, después de haberlos escuchado en una rápida exposición de motivos y de consecuencias, debo manifestarles la inmensa satisfacción que experimento al comprobar que los distintos sectores del agro argentino están en una coincidencia absoluta, porque solamente la coincidencia puede llevarnos a un fin constructivo.
Hace veintiséis años me hice cargo del Gobierno de la República. Era mi primer Gobierno. En ese momento, la producción agropecuaria era buena y el único recurso de la República. La industria estaba, en cambio, bastante atrasada; los alfileres que consumían nuestras modistas eran importados de Francia. Fue necesario, por una razón de equilibrio en la producción y en la demografía del país, dedicarnos a industrializarlo. Entonces nos lanzamos a la industrialización con toda nuestra decisión y nuestro esfuerzo. Las consecuencias fueron que en 1955 el país estaba fabricando sus barcos, sus camiones, sus automóviles, etc.; es decir que grandes posibilidades de desarrollo industrial se habían producido en toda la República. Esto era una cosa indispensable, porque el agro estaba entonces en la tarea de producir para importar manufacturas, perdiendo nuestra mano de obra y comprando caro lo fabricado afuera y, algunas veces, con nuestra propia materia prima.
En un país como la República Argentina, que tenía entonces más o menos cinco millones de habitantes en el campo y el resto en las ciudades y pueblos, era imperativa la industrialización. Porque, en el fondo, nuestro problema no es que nos gusta ser industriales; son las necesidades las que lo imponen. Si nosotros no industrializábamos el país, millones de habitantes que vivían en los pueblos y ciudades estaban pesando sobre las espaldas de los productores agropecuarios. Ellos eran los que pagaban todo.
Recuerdo que en ese entonces me contaba un galense, de esos que tenemos en el Chubut, que en su pueblo había un reloj con cuatro caras, que giraba y que a cada cuarto del día aparecía una figura. Primero aparecía el pastor, y decía: "Yo cuido vuestras almas". Giraba otras seis horas y aparecía el abogado, que decía: "Yo cuido vuestros derechos". Giraba otras seis horas más y aparecía el gobernante, diciendo: "Yo gobierno para una vida ordenada". Y daba otra vuelta y aparecía el agricultor, que decía: "Yo soy el que pago a los otros tres".
Esto era lo que ocurría en esa época en la República Argentina. Si no se hubiera producido el desarrollo industrial, se podía seguir pensando que el agro argentino estaba sosteniendo al resto del país.
De manera que la industrialización se imponía por una razón demográfica más que de ninguna otra naturaleza. No podíamos seguir en ese desequilibrio en la producción con respecto a la demografía nacional. Eso impuso necesariamente la industrialización.
Desde entonces hasta ahora, la industria argentina se ha desarrollado suficientemente, y los pueblos y ciudades pueden sostenerse con su propio trabajo, sin estar pesando sobre las espaldas de los productores agropecuarios. Es decir, el país, en medio de toda su desorganización, tiene en estos momentos un equilibrio entre el campo y la ciudad, que es indispensable para los países en desarrollo.
Frente a esto, nosotros pensamos que el mundo actual está desalentando el desarrollo tecnológico. Lo está desalentando porque con eso se están destruyendo las fuentes naturales de subsistencia de la Tierra, especialmente materia prima y comida. Está convirtiendo la Tierra en basurales, basurales de plásticos por ahora, pero basurales al fin...
A los ríos los está transformando en cloacas. Ya en la mayor parte del mundo no quedan aguas potables en sus cursos. Eso nos está ocurriendo aquí, en un país que tiene tres millones de kilómetros cuadrados y no alcanza a tener veinticinco millones de habitantes. ¡Cómo será en Europa, y especialmente en los países de intensa superpoblación!
Los bosques los estamos talando, es decir, suprimiendo las grandes fábricas de oxígeno que la Tierra tiene; y como si eso fuera poco, estamos cubriendo el mar con una capa de aceite que no permite la liberación de oxígeno.
El hombre está abocado a un problema pavoroso y a corto plazo. En la materia prima, se cuenta por decenios el agotamiento. Estados Unidos se quedará sin petróleo en pocos años y en un tiempo más se quedará sin hierro. Eso en un país de amplio desarrollo. Imaginen Europa, que ya no tiene prácticamente nada de esto.
Es un mundo que se va quedando sin tierra, sin agua potable, sin oxígeno, es decir, sin aire.
En el momento actual, el mundo, ya superpoblado, tiene 3500 millones de habitantes. iQué será en el año 2000, con siete u cocho mil millones de habitantes!
En este mundo de 3500 millones de habitantes, la mitad está hambrienta. En granos, Europa no cubre sino el 69 por ciento de sus necesidades. El mundo entero se está quedando sin proteínas; y sin proteínas el hombre no puede vivir, como no puede vivir sin oxígeno, sin agua o sin tierra.
Este es un problema que hay que pensarlo. Solamente las grandes zonas de reserva del mundo tienen todavía en sus manos las posibilidades de sacarle a la tierra la alimentación necesaria para este mundo superpoblado y la materia prima para este mundo super-industrializado.
Nosotros constituimos una de esas grandes reservas; ellos son los ricos del pasado. Si sabemos proceder, seremos nosotros los ricos del futuro, porque tenemos lo esencial en nuestras reservas, mientras que ellos han consumido las suyas hasta agotarlas totalmente.
Frente a este cuadro, y desarrollados en lo necesario tecnológicamente, debemos dedicarnos a la gran producción de granos y de proteínas, que es de lo que más está hambriento el mundo actual.
Sería demasiado redundante quizá seguir insistiendo en esto, pero lo que ocurre para nosotros, como posibles grandes productores, es que existe un inmenso mundo de consumidores y los productores vamos siendo cada día menos. Aprovechemos este momento para afirmar una grandeza que es notable, porque se la hace con el trabajo honesto de todos los días.
En nuestra República, desde que comenzamos a pensar en la necesidad de dejarnos de pelear por pequeñeces y empezamos a pensar que todos tenemos un destino común, como el país también lo tiene, debemos despreciar esas insignificancias para dedicamos a lo fundamental, que es engrandecer el país, enriquecerlo y hacer un pueblo digno y feliz.
En este empeño, que ha sido siempre nuestra orientación política, el 18 de noviembre de 1972 pensamos que podíamos llegar al Gobierno y establecer un pacto con todas las fuerzas políticas, superando esas diferencias que el país había heredado.
Hablo muchas veces de una comunidad organizada. Hablemos de una comunidad organizada no solo en lo político, sino sobre las grandes fuerzas de la producción y del progreso, que es el único desarrollo al que debemos aspirar.
Por eso hicimos el pacto político que anuló, diremos así, las controversias políticas; que poco después, el 7 de diciembre, hizo posible una inteligencia a base de coincidencias mínimas, la que dio lugar, desde el 25 de mayo en adelante, a aspirar a esa comunidad organizada que comienza con el primer pacto entre los empresarios, los trabajadores y el Estado, que a su vez hizo posible un equilibrio más estable en la permanente lucha que se libra por los beneficios, ya que nadie trabaja con fines de beneficencia, sino de legítimo provecho.
Después de eso, hemos seguido trabajando para crear una comunidad organizada sobre la fuerza constructiva, no en la destructiva, como pudo haber sido en otro tiempo.
El acuerdo de ustedes o del agro con el Estado y con el resto de las fuerzas económicas completa este cuadro y completa esta comunidad organizada por la cual nosotros hemos venido luchando y con la que hemos soñado muchos años. Esta es la verdadera organización porque es la constructiva, porque es la productiva, la permanente, ya que los hombres no tienen ni amigos ni enemigos permanentes, sino intereses permanentes. Pongámonos de acuerdo y unamos esos intereses, y la amistad podrá ser más permanente de lo que nosotros mismos soñamos.
Nuestra política, desde hace ya treinta años, se ha fundado, precisamente, en un equilibrio entre las fuerzas de la producción y, dentro de ellas, en un equilibrio entre los empresarios y los trabajadores. Este equilibrio, hasta 1955, fue del 47% de beneficio para el trabajador y, el resto del beneficio, para el capital o la empresa. En este momento, esos índices han variado: hemos caído en los beneficios de los trabajadores al 33% y el resto es provecho empresarial. Tenemos que restablecer el equilibrio. Ese equilibrio se puede restablecer con facilidad si aumentamos la producción y también las ventas. Aun el mismo empresario del comercio minorista, que funda su deseo en aumentar el precio unitario de su propia mercadería, comete un grave error, porque jamás, por el aumento de los precios unitarios -hecho que provoca una inflación que es terrible para todos y más con un pueblo sin poder adquisitivo- , podrá tener un gran porvenir.
El secreto está en mantener ese perfecto equilibrio del ciclo económico de la producción, es decir: la producción, la transformación, la distribución y el consumo cada uno de estos cuatro factores es un factor de riqueza.
Algunos creen que se pueden enriquecer haciendo economías y suprimiendo el consumo. No, ese no es el camino. El camino es contar con una masa popular con alto poder adquisitivo, que aumente el consumo. Entonces, la ganancia no va a estar sobre el precio unitario, pero se va a decuplicar por el aumento, diríamos así, de la masa de las ventas. No hay que especular con lo pequeño, sino buscar lo grande. Es el volumen de ventas el que va a dar la gran ganancia, y no el precio unitario de las mercaderías, busquemos el resultado en lo grande. No nos dediquemos a lo pequeño.
En la producción ocurre exactamente lo mismo como se acaba de decir aquí: debemos alcanzar los márgenes de producción que la Argentina puede ofrecer. El agro argentino está explotado en un bajo porcentaje; esos índices pueden aumentar setenta veces.
Pongámonos en la empresa de realizarlo. Para eso necesitamos que se cumplan dos circunstancias. Primera, desarrollar una tecnología suficiente para sacarle a la tierra todo el producto que ella pueda dar, sin tener tierras desocupadas o cotos de caza, como todavía existen en la República Argentina. Ese es un lujo que no puede darse ya ningún país en el mundo. Segunda, utilicemos esa tierra para la producción ganadera (poner en contexto). La República Argentina tiene 58 ó 60 millones de vacas, cuando podría tener doscientos millones; y ovejas, en la misma proporción. Pongámonos a cumplir esos programas.
Todos esos acuerdos, si el Gobierno y las fuerzas de la producción trabajan unidos y organizados, podrán alcanzar irremisiblemente esos objetivos. Los planes que ha esbozado el Ministerio de Economía tienen esa aspiración. Cada uno de ustedes tiene una misión que cumplir.
Cada argentino, en la ciudad o en el campo, tendrá una misión que realizar; el trabajo nuestro está en crear esos objetivos e impartir esa misión, para que un pueblo organizado y decidido las realice. Entonces, no tendremos nada de qué arrepentimos en el futuro.
Tales deben ser nuestros objetivos y nuestras esperanzas. Esperanzas que ustedes tienen que realizar en el sector agropecuario y que otros realizarán en otros sectores, tratando de que lo negativo sea lo mínimo.
El sector bancario también tiene en el agro una función que nosotros le habíamos asignado con preferencia ya en el segundo gobierno justicialista.
El agro debe estar dotado de suficiente crédito para poder trabajar. En esto, no todo es la buena voluntad y la decisión. También son los medios. Un sistema bancario bien trazado y bien orientado debe ser el apoyo más consistente para el agro. Vale decir que la tierra ha de trabajarse, como la industria ha de realizar o transformar.
Las instituciones bancarias han sido creadas para eso, y para eso deben ser utilizadas. En tal sentido, también el Ministerio de Economía está decidido a dar un apoyo financiero suficiente, a fin de que el agro pueda desenvolver sus funciones en las mejores condiciones.
Creo que, si cumplen los planes que hemos trazado y si se mantienen las organizaciones y compromisos que se han establecido entre las fuerzas del trabajo y el Gobierno, se puede alcanzar una etapa altamente constructiva, echando así las bases de una grandeza con la que todos soñamos por la que todos debemos hacer un esfuerzo en la medida que a cada le corresponda.
Finalmente, señores, les agradezco muchísimo; me siento inmensamente feliz de poder contemplar estos acuerdos, que son la base de realización y sin los cuales no podría llegarse a un trabajo organizado una comunidad que quiere triunfar.-

lunes, 21 de marzo de 2011

SEGUNDA CLASE DICTADA EL 29 DE MARZO DE 1951


por Eva Perón

En la primera clase que di en esta Escuela, para demostrar lo que es la historia universal –que no es más que la base de dos historias: la de los grandes hombres y la de las grandes masas-, dijimos que los individualistas creen que la historia se basa solamente en los grandes hombres y que los colectivistas prescinden de los grandes hombres y creen en las grandes masas. Pero nosotros tenemos nuestra tercera posición, y es por eso que yo dije, en mi primera clase, que nosotros aceptábamos a los grandes hombres y a las grandes masas como los que pueden ser los constructores de una gran felicidad y de una gran prosperidad.
En la clase de hoy vamos a analizar cómo se ha escrito la parte de la historia correspondiente a los grandes hombres y vamos a tomar hoy siete puntos para poder desarrollar esta materia de la historia del peronismo que me ha tocado a mí dictar. En esta clase voy a exponer estos siete puntos y después les haré llegar unos trabajos para que ustedes luego me los devuelvan, para que confrontemos la historia universal, sobre distintos puntos, con la historia de nuestro peronismo; o sea, a los grandes hombres de la historia con lo que es nuestro líder, el general Perón, el grande, el genio y el creador de nuestra doctrina peronista.
Existen indudablemente, desde el punto de vista de su relación con la historia, varias clases de hombres comunes o mediocres, hombres superiores y hombres extraordinarios. En esta clasificación no tienen nada que ver ni el origen, ni la clase social, ni la cultura. Existen hombres mediocres y comunes entre los cultos, y existen hombres superiores entre los humildes. Humildes obreros lo han comprendido a Perón como no lo han comprendido los que se creían cultos, y con eso han demostrado los obreros, los hombres humildes de nuestra patria, que eran hombres superiores.
Esto no sucede por primera vez en el mundo. Frente a todos los hombres extraordinarios, lo mismo que frente a las grandes ideas, siempre se han levantado los sabios y los inteligentes para atacarlos, como así los humildes y los menos cultos para apoyarlos. El caso de Colón, un humilde pescador, frente a los sabios de la corte española; el caso de Cristo, a quien los escribas y sacerdotes de aquella época negaron y, en cambio, humildes pecadores lo hicieron conocer por todo el mundo y, además, lo apoyaron.
No puedo resistir a la tentación de analizar un poco este tema de comparación de los hombres mediocres y comunes con los hombres superiores, sobre todo porque yo aspiro a que cada peronista sea un hombre superior. No digo que alcance a ser genial, porque los genios no nacen todos los días ni en todos los siglos; pero sí ambiciono a que lleguen a ser hombres superiores, y es por eso que nosotros queremos es esta Escuela hacer una diferencia entre el hombre superior, el mediocre y el extraordinario, o sea el genio.
Nosotros, por sobre todo, tenemos al genio. Los peronistas contamos con los hombres –y al decir hombres incluyo también a las mujeres- superiores.
Y el pueblo argentino, como todos los pueblos, por desgracia tiene también los mediocres y hombres superiores que hoy vamos a tocar más profundamente. Se entiende, vuelvo a decir, que al hablar del hombre me refiero también a la mujer.
Los mediocres no recorren sino caminos conocidos; los superiores buscan siempre nuevos caminos. A los mediocres les gusta andar sobre las cosas hechas; a los superiores les gusta crear.
Los mediocres se conforman con un éxito; los superiores aspiran a la gloria, respiran ya el aire del siglo siguiente y viven casi en la eternidad. Un pintor que suele copiar cuadros y otro pintor que crea, por ejemplo, uno es un hombre superior, el segundo, y el otro es un hombre mediocre; por eso al creador se lo define con el título de artista.
Los mediocres son los inventores de las palabras prudencia, exageración, ridiculez y fanatismo. Para ellos el fanatismo es una cosa inconcebible. Toda nueva idea es exagerada. El hombre superior sabe en cambio que el fanático puede ser un sabio, un héroe, un santo o un genio, y por eso lo admira y también lo acepta y acepta el fanatismo.
Para un hombre superior, una idea nueva puede ser un descubrimiento de algo grande, por ejemplo un mundo nuevo, como el mundo que descubrió Colón, un hombre de origen tan sencillo. Un hombre común o mediocre nunca profundiza una cosa y menos ama; el amor para él es una ridiculez y una exageración. Un hombre superior, en cambio, es capaz de amar hasta el sacrificio. Muchas veces, cuando los hombres aman hasta el sacrificio, son más heroicos. Yo, al ver que hombres humildes de la patria quieren tanto a Perón y hacen sacrificios tan grandes, pienso que estamos seguros, porque la bandera del pueblo, o sea la de
Perón, la de los descamisados, está en manos superiores.
Es por eso que nosotros debemos hacer una diferencia muy grande entre el mediocre y el superior. No porque un hombre tenga mucho estudio ha de ser superior.
Hay que hacer mucha diferencia entre los de gran cultura que creen que lo saben todo, porque algunos tienen también la soberbia del ignorante, que es la más peligrosa de todas.
Los mediocres nunca quieren comprometerse, y de ésos nosotros conocemos a muchos. Son cobardes, nunca se juegan por una causa, ni por nadie; dirigentes políticos de las horas buenas y aprovechadores cuando el río está revuelto. Yo diría, funcionarios de esos, por ejemplo, que usan el distintivo solamente cuando van a Trabajo y Previsión. No alcanzan a ser Judas, pero son tan repudiables, que nosotros les llamaríamos Pilatos. Yo prefiero el enemigo de frente a un "tibio", será porque los tibios me repugnan, y voy a decir aquí algo que está en las Escrituras: "Los tibios me dan náuseas".
Yo admiro más bien a los hombres enemigos, pero valientes. Hay que tener mucho cuidado con los Pilatos dentro de nuestra causa.
Dante ubicó a los mediocres, a los que no quisieron comprometerse ni con el bien ni con el mal, junto a los ángeles, que no fueron ni fieles ni creyentes, pues se dice que una vez los ángeles en el cielo se pelearon. Unos estuvieron a favor de Cristo y otros en contra. Entonces, Dios, a los que estuvieron a favor los mandó a la gloria y a los otros al infierno. Pero hubo uno de los ángeles, de esos que abundan tanto, que no se comprometió; observador. Entonces Dios no lo podía poner en la gloria, ni tampoco en La Divina Comedia –voy a hacer una referencia-, al ponerlo a la entrada, dice Dante a Virgilio, que lo conduce: "Mira y pasa", como diciéndole: "No vale la pena detenerse ante los que no quisieron ni el cielo, ni tampoco los aceptó el infierno". El eterno castigo de los mediocres es el desprecio. Y nosotros, además del desprecio, debemos ignorarlos. A los mediocres los mata el anonimato. "Los mediocres –dice Elliot en su libro El Hombre –son los enemigos más fuertes y más poderosos de todo hombre de genio". Carecen de entusiasmo, de fe, de esperanza y, como es lógico, de ideales.
Son los que se reían de los sueños de Perón, que lo creyeron loco o visionario.
Otros hombres superiores creen en la belleza, en el amor y en la grandeza, creen en todo lo extraordinario; por eso creyeron en Perón. Por cada día que pasa nosotros nos damos cuenta de la estatura del general Perón.
El general Perón es de esos hombres extraordinarios que profundizan la historia universal. Nosotros nos damos cuenta que tiene todo lo bueno de los grandes hombres y que no tiene nada malo de los grandes hombres. Es por eso que los hombres humildes de nuestra Patria –que yo voy a calificar de hombres superiores de nuestra Patria, porque fueron superiores- vieron a Perón y creyeron en él. Y es por eso que el general Perón, con muy pocas palabras, ha calificado a esos hombres superiores, a esos hombres humildes de nuestro pueblo, diciendo que lo mejor que tenemos es el pueblo.
Los hombres extraordinarios forman la tercera categoría, que es la de los hombres que señalan rumbos y que jalonan la historia. Ellos son los sabios, artistas, héroes, filósofos, y están también los grandes conductores de pueblos. A nosotros nos interesan, sobre todo y muy especialmente, los filósofos y los conductores.
Los filósofos son los que han pensado en mejorar los medios de vida del hombre sobre la tierra. Pero tenemos en cierto modo una filosofía de la vida nueva, ya que por filosofía nosotros entendemos una manera de encarar la vida y algunos hombres extraordinarios se han creído y han enseñado a la humanidad cómo se puede vivir, y de una manera mejor. Estos hombres extraordinarios son los filósofos. Cuando los filósofos han tratado no sólo el problema personal, individual, del hombre, sino todos los problemas sociales del Estado, la autoridad, la sociedad, el bien común, etc., entonces a este tipo de hombres extraordinarios la filosofía los llama filósofos políticos.
Conductores. Para nosotros los conductores, tal como nos enseña Perón, son aquellos que han hecho vivir a los pueblos de una manera determinada, llevándolos como de la mano por los caminos de la historia.
Es esto lo que ha hecho el general Perón con nosotros. Tomó el país en un momento en que los argentinos habíamos perdido la esperanza, en un momento en que los argentinos habíamos llegado a adoptar ciertos sistemas de vida, porque los creíamos bien, porque los creíamos mejor, porque los argentinos, cuando iban a comprar y encontraban "made in England", estaban mucho más contentos que cuando decía "Industria Argentina". Y llegó el momento en que el pueblo había perdido la esperanza de encontrarse a sí mismo, llegó el momento en que las fuerzas del trabajo, los obreros de nuestra patria, habían también perdido la esperanza de un futuro mejor; llegó el momento en que, en el país, sus fuerzas morales, materiales y culturales se estaban perdiendo en una noche que no tenía aurora.. En ese momento llegó el general Perón; en esa noche llegó el general Perón, y con una voluntad extraordinaria, con una clarividencia extraordinaria y con un profundo amor a su patria y a su pueblo, fue abriendo la selva y señalando el camino por el que el pueblo argentino lo iba a seguir para encontrarse con este venturoso día que estamos viviendo todos los argentinos y que tenemos que consolidar y legar a los argentinos del mañana. Para eso no sólo hay que gritar: ¡Viva Perón!; para eso hay que comprenderlo, para eso hay que profundizarlo y para eso hay que amar profundamente a la Patria y a las fuerzas del trabajo, que es amarlo a Perón.
¿Por qué nos interesan a nosotros los filósofos, los políticos y los conductores?
¿Qué tienen que ver con la historia del peronismo?, dirán ustedes. Esta es mi segunda clase y yo sigo hablando con persistencia sobre este asunto porque el peronismo no se puede entender, ya que es una doctrina política, sino como la cumbre de un largo camino, como una etapa, la más alta para la historia argentina, y también -¿por qué no decirlo?- nosotros pretendemos que sea la más alta para la humanidad en el progreso del hombre, y no se puede saber si una cumbre es más alta o más baja, si no se la compara precisamente con las demás, con las otras cumbres, con las más altas.
Por eso estudiamos estos antecedentes universales con los cuales sabremos nuestra propia estatura.
El Peronismo se precia de haber realizado, como yo lo dije hace un momento, lo mejor de los sueños de los hombres grandes y aun por qué no decirlo con toda franqueza y sinceridad, si ése ha de ser el lema de nuestra escuela- el haberlos superado.
El Peronismo realiza los mejores ideales de los filósofos y conductores de todos los tiempos, y para eso no hay más que estudiarlo, y ustedes me darán la razón.
De Sócrates, por ejemplo –el filósofo humilde de Atenas- ha tomado el peronismo el deseo de que los hombres sean justos y buenos; como Sócrates, el peronismo predica la igualdad y la hermandad entre los hombres y el respeto a las leyes, y aspira a una sola clase, que nosotros llamamos la clase de los que trabajan.
De Platón y de Aristóteles desechamos los conceptos de clases y de esclavitud que ellos aceptaban, pero, en cambio, aceptamos lo mejor de ellos: sus altos conceptos de la justicia como virtud fundamental del hombre que vive en la sociedad y, como ellos, creemos y sostenemos en la doctrina y en la práctica, de que por sobre la materia lo superior es el espíritu.
Se ha dicho mucho de nuestro movimiento que es materialista. Nada es más falso. ¿O es que nuestros enemigos son tan cobardes que no quieren, tal vez por vergüenza –y en esto tienen razón- ver que tenían sumergido a nuestro pueblo por una explotación, que además de vergonzosa, no era digna de los argentinos, porque no sólo los habían explotado materialmente sino espiritualmente, ya que no les permitieron descubrir sus propios valores y sus propias posibilidades?
¿Es que no son capaces de reconocer que en 50 años, por no decir un siglo, habían sumergido a nuestro pueblo? ¿Es que el general Perón, como conductor, como patriota y, sobre todo, como argentino y como hombre que ama profundamente al hombre, no iba a solucionar un problema apremiante como era el problema –si bien es cierto material- de la familia? Por eso, el entonces coronel Perón, desde la secretaría de Trabajo y Previsión tomó para sí la ardua tarea de resentir, tal vez, a los poderosos, no tanto por su doctrina, sino porque les tocó un poco en sus intereses, les tocó el bolsillo, que es la "víscera" que más les duele.
Además, les hizo sentir que en nuestra patria debían tratar a todos los argentinos con la dignidad que merecen por el solo hecho de llevar el egregio apellido de argentinos.
Es por eso que se atreven a decir todavía que nuestro movimiento es materialista, y ustedes, hombres y mujeres humildes, pero superiores, saben que nuestro movimiento es eminentemente espiritual porque se basa en la moral y exalta los valores morales del individuo y está por sobre la materia.
Uno de los propulsores del peronismo, para nosotros –sobre todo después de haber escuchado las palabras del general Perón los otros días- es Licurgo. He leído con gran cariño la vida de Licurgo, no precisamente porque me haya tocado el privilegio inmerecido de dictar esta clase sobre historia del peronismo, sino porque siempre me ha interesado la historia de los grandes hombres y porque Licurgo ha sido un personaje que hay que estudiar y comprender, ya que cuanto más se lo lee más se lo admira.
Remontándonos a la antigüedad y observando un hombre que trabajaba ya con un sentido tan justicialista, es por lo que el general Perón dijo los otros días que Licurgo fué quien realizó, tal vez por primera vez en el mundo, el ideal peronista que establece que la tierra debe ser de quien la trabaja. Es así como Licurgo repartió la tierra de los espartanos en partes iguales; y se dice que en los tiempos de cosecha, Licurgo comentaba, al ver todas las parvas iguales, que parecía que la Laconia era una herencia que se había repartido entre hermanos, porque todas las parvas de toda la Laconia eran iguales.
Y más aún: para terminar con otra de nuestras preocupaciones fundamentales, de que existieran menos pobres y menos ricos, hizo desaparecer el dinero, realizando, también en eso, una revolución económica. Hizo acuñar monedas de hierro, porque de esa manera se terminaba con la codicia y la avaricia. Asimismo, para destruir el distingo de clases, dictó una ordenanza que obligaba a que todas las puertas fueran iguales, tanto en las mansiones señoriales como en las humildes casas.
Por eso es que nosotros vemos en Licurgo tal vez al primer justicialista que haya tenido la humanidad. Pensamos también que precursores del peronismo fueron, sin duda, otros hombres extraordinarios de la jerarquía de los filósofos, de los creadores de religiones o reformas sociales, religiosas o políticas, y también de conductores. Y yo digo precursores del peronismo, porque como dije antes, nosotros hemos aceptado de las doctrinas y de los grandes hombres –digo nosotros, queriendo decir nuestro conductor, porque Perón ya nos pertenece a todos los argentinos que lo hemos comprendido, que lo apoyamos, y, como somos una gran familia, lo que hace Perón es de todos- todo lo bueno que tienen. Pero lo grande de Perón, es que ha tomado de cada doctrina los conceptos humanos, los conceptos de la seguridad social, los conceptos del respeto a las leyes, los conceptos de la igualdad y de una sola clase. El es un creador; cuanto más leemos la doctrina; cuanto más estudiamos a los hombres, más nos damos cuenta de que estamos frente a un hombre extraordinario, un creador que no tiene nada que envidiar a los grandes creadores de la humanidad. Yo diría que ningún hombre de este tipo puede dejar de considerarse, en cierto modo, de cerca o de lejos, propulsor de una doctrina. Por eso, en este marco de grandes, podríamos colocar a Confucio, a Alejandro, a Santo Tomás, a Rousseau, a Napoleón, e incluso a Marx, aunque en algunos casos no hayan sido más que alentados por las intenciones del bien común. Todos ellos no son más que jefes de rutas de la humanidad, jefes de ruta que algunas veces equivocaron el camino, pero que por sendas derechas o torcidas vienen de muy lejos a terminar en nuestra doctrina y nuestra realidad magnífica que nos da Perón. Fueros creadores, y no fueron de ese grupo numeroso que les gusta andar sobre las cosas hechas; fueron del grupo pequeño de los que les gusta crear.
Para tomar un poco la doctrina religiosa, vamos a tomar la doctrina cristiana y el peronismo, pero sin pretender yo hacer aquí una comparación que escapa a mis intenciones. Perón ha dicho que su doctrina es profundamente cristiana y también ha dicho muchas veces que su doctrina no es una doctrina nueva; que fue anunciada al mundo hace dos mil años, que muchos hombres han muerto por ella, pero que quizá aun no ha sido realizada por los hombres.
Yo quisiera que ustedes profundizaran bien esta última frase, porque así comprenderían, y veríamos más claro muchos puntos que a veces no comprendemos.
No está en mi ánimo hacer comparación alguna entre la figura de Cristo y la de Perón; por lo menos yo no lo pretendo al decir estas palabras, pero debemos recordar algo que dijo Perón no hace mucho y fue esto: "Nosotros, no solamente hemos visto en Cristo a Dios, sino que también hemos admirado en él a un hombre. Amamos a Cristo no sólo porque es Dios; lo amamos porque dejó sobre el mundo algo que será eterno: el amor entre los hombres".
Yo pienso que si hay un hombre que ama a los hombres, si hay un hombre humilde, generoso y extraordinario, dentro de su sencillez, ése es el general Perón, porque Perón no sólo es grande por su independencia económica, no sólo es grande por su justicia social, y por lo bien alto que mantiene su soberanía, no declamada como antes, cuando la entregaban por cuatro monedas al mejor postor, sino una soberanía que se mantiene en los hechos.
Perón no es grande solamente por eso, ni por haber creado su gran doctrina.
Perón es grande también en sus pequeños detalles. Yo le oí decir no hace mucho al doctor Mendé, en un comentario que me hizo hablando conmigo, porque conversamos muy a menudo –y sobre que otro tema se puede hablar conmigo que no sea el del General-: "Cuando a mí me llamaron para ser ministro de Perón, tuve un poco de miedo. Lo había idealizado a Perón y pensé si no sería cierto eso que decía Napoleón, de que ningún hombre es grande para su ayuda de cámara". "Después de un año tengo que decir que Perón es tan grande que lo es para su ayuda de cámara. Y nosotros los ministros, ¿qué somos sino un ayuda de cámara de Perón? Somos tan pequeños dentro de su grandeza que yo puedo afirmar que Perón ha superado eso que no ha superado ningún gran hombre". Es que Perón es humilde hasta en sus pequeños detalles.
Pero volviendo al cristianismo. Nosotros los peronistas concebimos el cristianismo práctico y no teórico. Por eso, nosotros hemos creado una doctrina que es práctica y no teórica. Yo muchas veces me he dicho, viendo la grandeza extraordinaria de la doctrina de Perón: ¿Cómo no va a ser maravillosa si es nada menos que una idea de Dios realizada por un hombre? ¿Y en qué reside? En realizarla como Dios la quiso. Y en eso reside su grandeza: realizarla con los humildes y entre los humildes.
En medio de este mundo lleno de sombras en que se levanta esta voz justicialista que es el peronismo, pareciera que la palabra justicialista asusta a muchos hombres que levantan tribunas como defensores del pueblo, mucho más que el comunismo. Yo pensaba estos días, en una conferencia que me tocó presidir, si el mundo querrá la felicidad de la humanidad o sólo aspira a hacerle la jugada un poco carnavalesca y sangrienta de utilizar la bandera del bien para intereses mezquinos y subalternos. Nosotros tenemos que pensar, y llamar un poco a la reflexión a la humanidad, sobre todo a los hombres que tienen la responsabilidad de dirigir a los pueblos. A mi juicio el carnaval no tiene más que seis días al año, y, por lo tanto, es necesario que nos quitemos la careta y que tomemos la realidad, no cerrando los ojos a ella, y que la veamos con los ojos que la ve Perón, con los ojos del amor, de la solidaridad y de la fraternidad, que es lo único que puede construir una humanidad feliz. Para ello, es necesario que no le hagamos la sangrienta payasada que le han hecho los "defensores" del pueblo a los trabajadores. Por ejemplo durante 30 años se han erigido en defensores de ellos y han estado siguiendo a un capitalismo cruento, sin patria ni bandera, y cuando una persona de América levantó la voz para pedir la palabra justicialista, se escandalizaron como si se hubiera pronunciado la peor de las ofensas que se puedan decir.
Yo soy una mujer idealista. He abrazado con amor la causa del pueblo y en eso tengo que dar gracias a Perón y a Dios por haberme iluminado bastante joven, como par poder ofrecer una vida larga al servicio de la causa del pueblo, que, por ser la causa del hombre, ha de ser una causa superior. Como mujer idealista y joven, entonces, no podía aceptar y me daba náuseas –como decía Cristo- que hombres tibios, pero cobardes, no sostuvieran con la sinceridad, con al honradez y con el espíritu de sacrificio que hay que sostener la verdadera bandera que es la de la felicidad y la de la seguridad mundial.
Es por eso que cada vez que trato más a los hombres, amo más a Perón. Me refiero a los hombres que se erigen en dirigentes y que son falsos apóstoles; que lo único que quieren es llegar, para, después de llegar, traicionar. Por eso, cuando veo en este mundo de sombras y de egoísmo, que se levanta la voz justicialista de nuestro peronismo, me acuerdo siempre de aquello que dijo León Bloy: "Napoleón es el rostro de Dios en las tinieblas". Para nosotros, acepto esta frase por lo que significa, y haciéndole un poco de plagio a León Bloy, digo que para nosotros –y con mucha justicia y gran certeza- Perón es el rostro de Dios en la oscuridad, sobre todo en la oscuridad de este momento que atraviesa la humanidad.
Perón no sólo es esperanza para los argentinos. Perón ya no nos pertenece; Perón es bandera para todos los pueblos con sed de justicia, con sed de reivindicaciones y con sed de igualdad. Yo he podido comprobar cómo nos envidian muchos porque lo tenemos a Perón; cómo nos quieren otros por lo mismo y cómo disfrutan otros en que haya tantos malos argentinos, creyendo que los malos argentinos serán más y que lo dejarán pasar a Perón, para poder cumplir ellos su política de imperialismo, ya sea de derecha o de izquierda. Los que las disfrutan son las fuerzas del mal en esta Argentina en que los argentinos nos sentimos orgullosos, pero no como antes, por una cuestión de novelería, porque no éramos argentinos con dignidad. Hoy somos argentinos en toda la extensión de la palabra. Somos los argentinos que soñaron los patriotas de ayer, somos los argentinos ya reivindicados, a quienes ha colocado en el sitio de privilegio, el genio, el creador, el conductor, el guía: el general Perón.
Después de efectuar estas incursiones por la filosofía universal de la historia para hacer las comparaciones doctrinarias con nuestra doctrina y con nuestro Líder, el general Perón, es que, en esta materia de la Historia del Peronismo, he querido que ustedes lo comprendan bien a Perón. Yo no puedo descubrirles a Perón, porque, como bien dije hace poco, si un poeta quisiera cantarle al sol o un pintor pintarlo, yo los consideraría locos. Al sol no hay que cantarle ni pintarlo: hay que salir a verlo y, aun viéndolo, uno se deslumbra. Yo invito a ustedes a que salgan a ver a Perón, a que lo conozcan profundamente: se deslumbrarán, pero cada día lo amarán más entrañablemente y rogarán a Dios para que podamos obtener de este hombre extraordinario el mayor provecho posible para el bienestar y engrandecimiento de nuestra patria y de su pueblo.
Y cuando el general Perón se haya ido definitivamente en lo material, no se habrá alejado jamás del corazón de los argentinos, porque nos habrá dejado su obra y nos acompañará siempre su presencia superior.
Hasta la próxima clase.

lunes, 14 de marzo de 2011

Maestros ambulantes


por José Martí

"¿Pero cómo establecería usted ese sistema de maestros ambulantes de que en libro alguno de educación hemos visto menciones, y usted aconseja en uno de los números de La América, del año pasado que tengo a la vista?" —Esto se sirve preguntarnos un entusiasta caballero de Santo Domingo.
Le diremos en breve que la cosa importa, y no la forma en que se haga.
Hay un cúmulo de verdades esenciales que caben en el ala de un colibrí, y son, sin embargo, la clave de la paz pública, la elevación espiritual y la grandeza patria.
Es necesario mantener a los hombres en el conocimiento de la tierra y en el de la perdurabilidad y trascendencia de la vida.
Los hombres han de vivir en el goce pacífico, natural e inevitable de la Libertad, como viven en el goce del aire y de la luz.
Está condenado a morir un pueblo en que no se desenvuelven por igual la afición a la riqueza y el conocimiento de la dulcedumbre, necesidad y placeres de la vida.
Los hombres necesitan conocer la composición, fecundación, transformaciones y aplicaciones de los elementos materiales de cuyo laboreo les viene la saludable arrogancia del que trabaja directamente en la naturaleza, el vigor del cuerpo que resulta del contacto con las fuerzas de la tierra, y la fortuna honesta y segura que produce su cultivo.
Los hombres necesitan quien les mueva a menudo la compasión en el pecho, y las lágrimas en los ojos, y les haga el supremo bien de sentirse generosos: que por maravillosa compensación de la naturaleza, aquel que se da, crece; y el que se repliega en sí, y vive de pequeños goces, y teme partirlos con los demás, y sólo piensa avariciosamente en beneficiar sus apetitos, se va trocando de hombre en soledad, y lleva en el pecho todas las canas del invierno, y llega a ser por dentro, y a parecer por fuera, —insecto.
Los hombres crecen, crecen físicamente, de una manera visible crecen, cuando aprenden algo, cuando entran a poseer algo, y cuando han hecho algún bien.
Sólo los necios hablan de desdichas, o los egoístas. La felicidad existe sobre la tierra; y se la conquista con el ejercicio prudente de la razón, el conocimiento de la armonía del universo, y la práctica constante de la generosidad. El que la busque en otra parte, no la hallará: que después de haber gustado todas las copas de la vida, sólo en ésas se encuentra sabor. —Es leyenda de tierras de Hispanoamérica que en el fondo de las tazas antiguas estaba pintado un Cristo, por lo que cuando apuran una, dicen: "¡Hasta verte, Cristo mío!" ¡Pues en el fondo de aquellas copas se abre un ciclo sereno, fragante, interminable, rebosante de ternura!
Ser bueno es el único modo de ser dichoso.
Ser culto es el único modo de ser libre.
Pero, en lo común de la naturaleza humana, se necesita ser próspero para ser bueno.
Y el único camino abierto a la prosperidad constante y fácil es el de conocer, cultivar y aprovechar los elementos inagotables e infatigables de la naturaleza. La naturaleza no tiene celos, como los hombres. No tiene odios, ni miedo como los hombres. No cierra el paso a nadie, porque no teme de nadie. Los hombres siempre necesitarán de los productos de la naturaleza. Y como en cada región sólo se dan determinados productos, siempre se mantendrá su cambio activo, que asegura a todos los pueblos la comodidad y la riqueza.
No hay, pues, que emprender ahora cruzada para reconquistar el Santo Sepulcro. Jesús no murió en Palestina, sino que está vivo en cada hombre. La mayor parte de los hombres ha pasado dormida sobre la tierra. Comieron y bebieron; pero no supieron de sí. La cruzada se ha de emprender ahora para revelar a los hombres su propia naturaleza, y para darles, con el conocimiento de la ciencia llana y práctica, la independencia personal que fortalece la bondad y fomenta el decoro y el orgullo de ser criatura amable y cosa viviente en el magno universo.
He ahí, pues, lo que han de llevar los maestros por los campos. No sólo explicaciones agrícolas e instrumentos mecánicos; sino la ternura, que hace tanta falta y tanto bien a los hombres.
El campesino no puede dejar su trabajo para ir a sendas millas a ver figuras geométricas incomprensibles, y aprender los cabos y los ríos de las penínsulas del Africa, y proveerse de vacíos términos didácticos. Los hijos de los campesinos no pueden apartarse leguas enteras días tras días de la estancia paterna para ir a aprender declinaciones latinas y divisiones abreviadas. Y los campesinos, sin embargo, son la mejor masa nacional, y la más sana y jugosa, porque recibe de cerca y de lleno los efluvios y la amable correspondencia de la tierra, en cuyo trato viven. Las ciudades son la mente de las naciones; pero su corazón, donde se agolpa, y de donde se reparte la sangre, está en los campos. Los hombres son todavía máquinas de comer, y relicarios de preocupaciones. Es necesario hacer de cada hombre una antorcha.
¡Pues nada menos proponemos que la religión nueva y los sacerdotes nuevos! ¡Nada menos vamos pintando que las misiones con que comenzará a esparcir pronto su religión la época nueva! El mundo está de cambio; y las púrpuras y las casullas, necesarias en los tiempos místicos del hombre, están tendidas en el lecho de la agonía. La religión no ha desaparecido, sino que se ha transformado. Por encima del desconsuelo en que sume a los observadores el estudio de los detalles y evolvimiento despacioso de la historia humana, se ve que los hombres crecen, y que ya tienen andada la mitad de la escala de Jacob: ¡qué hermosas poesías tiene la Biblia! Si acurrucado en una cumbre se echan los ojos de repente por sobre la marcha humana, se verá que jamás se amaron tanto los pueblos como se aman ahora, y que a pesar del doloroso desbarajuste y abominable egoísmo en que la ausencia momentánea de creencias finales y fe en la verdad de lo Eterno trae a los habitantes de esta época transitoria, jamás preocupó como hoy a los seres humanas la benevolencia y el ímpetu de expansión que ahora abrasa a todos los hombres. Se han puesto en pie, como amigos que sabían uno de otro, y deseaban conocerse; y marchan todos mutuamente a un dichoso encuentro.
Andamos sobre las olas, y rebotamos y rodamos con ellas; por lo que no vemos, ni aturdidos del golpe nos detenemos a examinar, las fuerzas que las mueven. Pero cuando se serene este mar, puede asegurarse que las estrellas quedarán más cerca de la tierra. ¡El hombre envainará al fin en el sol su espada de batalla!
Eso que va dicho es lo que pondríamos como alma de los maestros ambulantes. ¡Qué júbilo el de los campesinos, cuando viesen llegar, de tiempo en tiempo, al hombre bueno que les enseña lo que no saben, y con las efusiones de un trato expansivo les deja en el espíritu la quietud y elevación que quedan siempre de ver a un hombre amante y sano! En vez de crías y cosechas se hablaría de vez en cuando, hasta que al fin se estuviese hablando siempre, de lo que el maestro enseñó, de la máquina curiosa que trajo, del modo sencillo de cultivar la planta que ellos con tanto trabajo venían explotando, de lo grande y bueno que es el maestro, y de cuándo vendrá, que ya les corre prisa, para preguntarle lo que con ese agrandamiento incesante de la mente puesta a pensar, ¡les ha ido ocurriendo desde que empezaron a saber algo! ¡Con qué alegría no irían todos a guarecerse dejando palas y azadones, a la tienda de campaña, llena de curiosidades, del maestro!
Cursos dilatados, claro es que no se podrían hacer; pero sí, bien estudiadas por los propagadores, podrían esparcirse e impregnarse las ideas gérmenes. Podría abrirse el apetito del saber. Se daría el ímpetu.
Y ésta sería una invasión dulce, hecha de acuerdo con lo que tiene de bajo e interesado el alma humana; porque como el maestro les enseñaría con modo suave cosas prácticas y provechosas, se les iría por gusto propio sin esfuerzo infiltrando una ciencia que comienza por halagar y servir su interés; —que quien intente mejorar al hombre no ha de prescindir de sus malas pasiones, sino contarlas como factor importantísimo, y ver de no obrar contra ellas, sino con ellas.
No enviaríamos pedagogos por los campos, sino conversadores. Dómines no enviaríamos, sino gente instruida que fuera respondiendo a las dudas que los ignorantes les presentasen o las preguntas que tuviesen preparadas para cuando vinieran, y observando dónde se cometían errores de cultivo o se desconocían riquezas explotables, para que revelasen éstas y demostraran aquéllos, con el remedio al pie de la demostración.
En suma, se necesita abrir una campaña de ternura y de ciencia, y crear para ella un cuerpo, que no existe, de maestros misioneros.
La escuela ambulante es la única que puede remediar la ignorancia campesina.
Y en campos como en ciudades, urge sustituir al conocimiento indirecto y estéril de los libros, el conocimiento directo y fecundo de la naturaleza.
¡Urge abrir escuelas normales de maestros prácticos, para regarlos luego por valles, montes y rincones, como cuentan los indios del Amazonas que para crear a los hombres y a las mujeres, regó por toda la tierra las semillas de la palma moriche el Padre Amalivaca!
Se pierde el tiempo en la enseñanza elemental literaria, y se crean pueblos de aspiradores perniciosos y vacíos. El sol no es más necesario que el establecimiento de la enseñanza elemental científica.

jueves, 10 de marzo de 2011

El ibero-americanismo y el pan-americanismo


por José Carlos Mariátegui

El ibero-americanismo reaparece, en forma esporádica, en los debates de España y de la América española. Es un ideal o un tema que, de vez en vez, ocupa el diálogo de los intelectuales del idioma. (Me parece que no se puede llamarlos, en verdad, los intelectuales de la raza).

Pero ahora, la discusión tiene más extensión y más intensidad. La prensa de Madrid, los tópicos del ibero-americanismo adquieren, actualmente, un interés conspicuo. El movimiento de aproximación o de coordinación de las fuerzas intelectuales ibero-americanas, gestionado y propugnado por algunos núcleos de escritores de nuestra América, otorga en estos días, a esos tópicos, un valor concreto y relieve nuevo.

Esta es la discusión repudia en muchos casos, ignora al menos en otros, el ibero-americanismo de protocolo. (Ibero-americanismo oficial de don Alfonso, se encarna en la borbónica y decorativa estupidez de un infante, en la cortesana mediocridad de un Francos Rodríguez. ) El ibero-americanismo se desnuda, en el diálogo de los intelectuales libres, de todo ornamento diplomático. Nos revela así su realidad como ideal de la mayoría de los representantes de la inteligencia y de la cultura de España y de la América indo-ibera.

El pan-americanismo, en tanto, no goza del favor de los intelectuales. No cuenta, en esta abstracta e inorgánica categoría, con adhesiones estimables y sensibles. Cuenta sólo con algunas simpatías larvadas. Su existencia es exclusivamente diplomática. La más lerda perspicacia descubre fácilmente en el pan-americanismo una túnica del imperialismo norteamericano. El pan-americanismo no se manifiesta como un ideal del Continente; se manifiesta, más bien, inequívocamente, como un ideal natural del Imperio yanqui. (Antes de una gran Democracia, como les gusta calificarlos a sus apologistas de estas latitudes, los Estados Unidos constituyen un gran Imperio.) Pero, el pan-americanismo ejerce -a pesar de todo esto o, mejor, precisamente por todo esto- una influencia vigorosa en la América indo-ibera. La política norteamericana no se preocupa demasiado de hacer pasar como un ideal del Continente el ideal del Imperio. No le hace tampoco mucha falta el consenso de los intelectuales. El pan-americanismo borda su propaganda sobre una sólida malla de intereses. El capital yanqui invade la América indo-ibera. Las vías de tráfico comercial pan-americano son las vías de esta expansión. La moneda, la técnica, las máquinas y las mercaderías norteamericanas predominan más cada día en la economía de las naciones del Centro y Sur . Puede muy bien, pues, el Imperio del Norte sonreírse de una teórica independencia de la inteligencia y del espíritu de la América indo-española. Los intereses económicos y políticos le aseguraran, poco a poco, la adhesión, o al menos la sumisión, de la mayor parte de los intelectuales. Entre tanto, le bastan para las paradas del pan-americanismo los profesores y los funcionarios que consiguen movilizarle la Unión Pan-Americana de Mr. Rowe.

II

Nada resulta más inútil, por tanto, que entretenerse en platónicas confrontaciones entre el ideal ibero-americanismo y el ideal pan-americano. De poco le sirve al ibero-americanismo el número y la calidad de las adhesiones intelectuales mientras el ibero-americanismo se apoya en los sentimientos y las tradiciones, el pan-americanismo se apoya en los intereses y los negocios. La burguesía ibero-americana tiene mucho más que aprender en la escuela del nuevo Imperio yanqui que en la escuela de la vieja nación española. El modelo yanqui, el estilo yanqui, se propagan en la América indo-ibérica, en tanto que la herencia española se consume y se pierde. El hacendado, el banquero, el rentista de la América española miran mucho más atentamente a Nueva York que a Madrid. El curso del dólar les interesa mil veces más que el pensamiento de Unamuno y que La Revista de Occidente de Ortega y Gasset. A esta gente que gobierna la economía y, por ende, la política de la América del Centro y del Sur, el ideal ibero-americanista le importa poquísimo. En el mejor de los casos se siente dispuesta a desposarlo juntamente con el ideal pan-americanista. Los agentes viajeros del pan-americanismo le parecen, por otra parte, más eficaces, aunque menos pintorescos, que los agentes viajeros -infantes académicos- del ibero-americanismo oficial, que es el único que un burgués prudente puede tomar en serio.

III

La nueva generación hispano-americana debe definir neta y exactamente el sentido de su oposición a los Estados Unidos. Debe declararse adversaria del imperio de Dawes y de Morgan; no del pueblo ni del hombre norteamericanos. La historia de la cultura norteamericana nos ofrece muchos nobles casos de independencia de la inteligencia y del espíritu. Roosevelt es el depositario del espíritu del Imperio; pero Thoreau es el depositario del espíritu de la humanidad. Henry Thoreau, que en esta época, recibe el homenaje de los revolucionarios de Europa, tiene también derecho a la devoción de los revolucionarios de Nuestra América. ¿Es culpa de los Estados Unidos si los ibero-americanos conocemos más el pensamiento de Theodore Roosevelt que el de Henry Thoreau? Los Estados Unidos son ciertamente la patria de Pierpont Morgan y de Henry Ford, pero son también la patria de Ralph Waldo Emerson, de William James y de Walt Whitman. La nación que ha producido los más grandes capitanes del industrialismo, ha producido asimismo los más fuertes maestros del idealismo continental. Y hoy la misma inquietud que agita a la vanguardia de la América Española mueve a la vanguardia de la América del Norte. Los problemas de la nueva generación hispano-americana son, con variación de lugar y matiz, los mismos problemas de la nueva generación norteamericana. Waldo Frank, uno de los hombres nuevos del Norte, en sus estudios sobre Nuestra América, dice cosas válidas para la gente de su América y de la nuestra.

Los hombres nuevos de la América indo-ibérica pueden y deben entenderse con los hombres nuevos de la América de Waldo Frank. El trabajo de la nueva generación ibero-americana puede y debe articularse y solidarizarse con el trabajo de la nueva generación yanqui. Ambas generaciones coinciden. Los diferencia el idioma y la raza; pero los comunica y los mancomuna la misma emoción histórica. La América de Waldo Frank es también, como nuestra América, adversaria del Imperio de Pierpont Morgan y del Petróleo.

En cambio, la misma emoción histórica que nos acerca a esta América revolucionaria nos separa de la España reaccionaria de los Borbones y de Primo de Rivera. ¿Qué puede enseñarnos la España de Vásquez de Mella y de Maura, la España de Pradera y de Francos Rodríguez? Nada; ni siquiera el método de un gran Estado industrialista y capitalista. La civilización de la Potencia no tiene su sede en Madrid ni en Barcelona; la tiene en Nueva York, en Londres, en Berlín. La España de los Reyes Católicos no nos interesa absolutamente. Señor Pradera, señor Francos Rodríguez, quedaos íntegramente con ella.

IV

Al ibero-americanismo le hace falta un poco más de idealismo y de realismo. Le hace falta consustanciarse con los nuevos ideales de la América indo-ibérica. Le hace falta insertarse en la nueva realidad histórica de estos pueblos. El pan-americanismo se apoya en los intereses del orden burgués; el ibero-americanismo debe apoyarse en las muchedumbres que trabajan por crear un orden nuevo. El ibero-americanismo oficial será siempre un ideal académico, burocrático, impotente, sin raíces en la vida. Como ideal de los núcleos renovadores, se convertirá, en cambio, en un ideal beligerante, activo, multitudinario.

lunes, 7 de marzo de 2011

LA AFIRMACIÓN

por Luis Alberto de Herrera

CONTRA EL PACTO_KELLOGG

El voto del Dr. Luis Alberto de Herrera contra el Pacto Kellogg, constituyó un claro pronunciamiento internacional.
Fue, además, su primer acto antimpenalista en carácter de go¬bernante. Ocupaba en ese momento un cargo en el Consejo Nacional de Administración; tenia funciones ejecutivas. Adquirió, pues, su voto, una significación especialísima; fue la afirmación de su vocación antimperialista; la historia lo recogió como una actitud y una conducta muy claras y expresivas.
Del libro biográfico de Pintos Diago, ya citado, extractamos la crónica de la sesión del Consejo, realizada en octubre de 1928:
"Al discutise en el seno del Consejo Nacional de Adminis¬tración el mensaje de la presidencia de la República, que lo consultaba sobre el pacto antibélico de que es autor el canciller norteamericano Mr. Kellogg, y que acaba de ser firmado por las grandes potencias, manifestó el Dr. Luis Alberto de Herrera su decisión de votar contra la adhesión del Uruguay al referido pacto, por dos razones fundamentales: por la necesidad de imprimir cada vez mayor vigor a la personalidad moral de América y por el sar¬casmo que importa tal acertó pacifista de Estados Unidos y su exaltación teórica del derecho de los pueblos, a la misma hora que sus tropas arrasan con el derecho en Nicaragua".
Dijo: "Para estar en paz con todo el mundo, nosotros no precisamos el pacto Kellogg. Tampoco tenemos por qué incorporar¬nos al candido coro. Después de un siglo de independencia, ya es tiempo de que las repúblicas colombianas piensen y procedan con criterio propio, examinando los asuntos externos desde sus propios puntos de vista. En cuanto al segundo aspecto de la cuestión, considera que en las circunstancias actuales, el pacto Kellogg debe sonar a hueco en los oídos sud y centro americanos. Dice su cláusula esencial, como lo destaca el mensaje de la Presidencia, que por él "se condene la guerra para el arreglo de conflictos inter¬nacionales, renunciando a ella como instrumento de política nacional en sus relaciones mutuas, reconociendo que el arreglo o la solución de todos los conflictos y litigios de cualquier naturaleza o de cualquier origen que sea, que puedan surgir entre ellos, sólo de¬berán buscarse por medios pacíficos". Y bien: esas bellas promesas están totalmente desautorizadas por la política atentatoria que se desarrolla en Nicaragua. La conciencia continental condena acerbamente ese odioso atropello, también condenado por gran parte del pueblo de los Estados Unidos.
Con la resistencia de Sandino están nuestros corazones. Ante lo que sucede en Nicaragua enmudece el elogio al pacto Kellogg. El sentimiento de verdadero panamericanismo nos identifica con el dolor de la pequeña y valerosa república, esclarecida por su derecho y por su propia debilidad. Artigas, el primero, reconoció en su famoso decreto autorizando el corso, la hermandad de las repúblicas nacientes. A través de cien años se han estrechado esos vínculos fraternos, de tan noble tradición entre nosotros. Vota, pues, contra la ahesión al pacto Kellogg por entender que mientras haya un solo soldado norteamericano en Nicaragua, el pacto Kellogg no pasa de ser otra "tira de papel".
Esta fue la única voz oficial que se levantó contra la doctrina norteamericana, incompatible con los hechos nicaragüenses. Manuel Ugarte, eminente americanista argentino, lo felicita desde Niza, diciendole: "Así debe vibrar la voz de nuestra América".

LA CAUSA SANDINISTA

Vuelve a apuntar Carlos Zubillaga en su documentado y severo estudio sobre la personalidad de Herrera:
"La causa nicaragüense encuentra en Herrera — en su exaltada definición antimperialista— un vocero desinteresado y eficaz. Vincula la agresión a la tierra de Sandino con la secesión panameña, y la actitud de desembozada prepotencia pacifista en la Conferencia Panamericana de La Habana, brindando en una página de inusual severidad, habida cuenta de su posición política de entonces, el juicio condenatorio de las ambiciones imperiales norteamericanas".
Sigue, reproduciendo los conceptos de Herrera:
"Fuera de duda, la acción de Estados Unidos en Nicaragua presenta los más odiosos caracteres. Para condenarla, no es si¬quiera necesario tomarla en detalle. A la misma hora en que se extermina, en guerra desigual y tan bochornosa, por lo mismo, para el fuerte, a los bravos de Sandino, que encarnan el derecho sagrado do las patrias, se inaugura, con palabras sacramentales de paz, la asamblea corintia de La Habana. Con razón, abundó en ironías la prensa europea. Dos modos distintos y un solo fin verdadero: repe¬tir en Nicaragua lo que antes se hiciera en Panamá. Arrebatar, porque así conviene, el solar ajeno. El presidente Roosevelt lo hizo, invocando, con singular rudeza, la doctrina inicua del garrote, del bigstick. El presidente Coolidge opta por pasar, sin verlo, junto al atentado, absorvido en lalectura del evangelio, predilecto del puri¬tanismo. A pesar de ser tan repudiables las dos actitudes, quizá sea preferible, por su misma y confesada crudeza, la de quien dijo todo lo que quería y no la de quien quiere todo lo contrario de lo que dice".

LA DECADA DEL 30

El año 1931 estuvo signado por urgencias de política interna que polarizaron la atención de Luis Alberto de Herrera. No por ello, el ojo avizor, dejó de ver los problemas americanos que se desenca¬denaban.
Y aquí es necesario poner el énfasis; ya que es muy común — en algunos historiadores— la tendencia a limitar la concepción nacionalista y antimperialista de Herrera al solar nativo, con despreocupación del panorama americano. Con solo leer las actas del Directorio del Partido Nacional y las colecciones de "El Deba¬te", surje nítida su constante preocupación por las americanas pa¬trias hermanas. En cuanto a las Conferencias Panamericanas, puso siempre especial celo y vigilancia porque no fuera vulnerado el principio de no intervención; y, las más de las veces, sin que fuera nuestro país el agraviado, se levantó condenatoria su voz contra la agresión ajena.
Terminamos de examinar el caso de la Nicaragua de Sandino; otras vendrían en el panorama de latinoamérica, como lo veremos.
La dictadura de Uriburu en la Argentina mereció su severa condena, expresada en múltiples intervenciones y artículos lapi¬darios en "El Debate", así como con el ofrecimiento de su casa al gobernante derrocado, Hipólito Irigoyen, "caso de que resuelva venir a estas playas..."
Al prologar el libro "Del Plata a Usuhaia", de Salvador de Almenara, en clara referencia al confinamiento de Irigoyen en la isla Martín García, complementada con la analogía histórica, escri¬be para el bronce: "Irigoyen en 1828 habría sido fusilado; Dorrego en 1931 estaría en Martín García".
En julio de 1931, recala en Montevideo rumbo al destierro, Carlos María de Alvear; Herrera lo recibe, en acto de confratemi¬dad platense y de solidaridad en el infortunio.
También en Chile había sido derrocado el presidente Alesandrí, por el dictador Ibañez. Herrera, desde "El Debate", asumió personería por el presidente derrocado; y cuando, a su vez, cayó Ibañez, escribió alborozado: "Resurgió el pueblo chileno. Ha caído un dictador".
En Cuba usurpaba el poder el dictador Machado y el pueblo cubano se lanzó a la insurrección. No demoró Herrera en tomar posición; así escribió en agosto del 31: "Se tambalea la dictadura de Machado en Cuba. La rebelión cubana es una acción nacional contra quien ha transformado la república en una monarquía".
Saludó, en setiembre del mismo año, la incorporación de México a la Liga de las Naciones, de la que estuviera ausente por su posición ante la doctrina de Monroe y la política de absorción norteamericana.
Iguales actitudes fundamentó ante problemas similares de las repúblicas americanas. Así con Nicaragua, otra vez. Con los sugestivos título y subtítulo: "La Epopeya de la Libertad" — Nicaragua y Sandino—, escribe el Io de octubre:
"Un telegrama llegado ayer, nos trasmite en su laconismo trágico, la noticia de un nuevo choque entre Sandino, el romántico defensor de las libertades, y tropas de desembarco americanas, de¬fensoras de los intereses de los Banqueros de Wall Street.
En esta guerra infame que soporta Nicaragua por el solo hecho de ser un territorio estratégico para la construcción de un nuevo canal, cuyo dominio es codiciado por EE.UU. no sólo desde el punto de vista militar que ya de por sí es fundamental, dado que el de Panamá es fácil de obstruir en cualquier momento de peligro, sino también desde el punto de vista económico puesto que la distancia a recorrer entre costas Orientales y Occidentales de EE.UU. se re¬ducirán en 1.608 kilom. Hoy por hoy Nicaragua representa el dolor sangriento de América, que se debate entre las guerras del im¬perialismo, que no se para a escarniar el derecho siempre invocado en sus campañas de rapiña. "...Pero América, esa América cantada por el poeta de la oda vibrante y soberana: esa América que tembló de huracanes y que vive de amor no puede ceder el paso sin ver manchadas de oprobio las páginas de la historia. Sandino, un héroe continuador de la obra de los grandes libertadores —Washington, Bolívar, San Martín, Artigas, Sucre— águila el mismo desde su montaña abrupta, vigila, acecha para caer a golpes de ala sobre los fusileros liberticidas ciervos del dólar, salvándose así la dignidad de su pueblo, mientras los hermanos de América —¡todos sus her¬manos! — pregonan el plan de defensa contra el avance insolente del actual imperialismo. Nicaragua doliente, Nicaragua sangrienta, es hoy el símbolo de la América libre, amenazada por el tirano moder¬no: el dólar".

CONFERENCIA DE MONTEVIDEO

La VII Conferencia de Montevideo, inaugurada el 3 de diciembre de 1933, marcó un hito importante en las relaciones entre EE.UU. y América Latina.
Desde las páginas de "El Debate", el Herrerismo prestó pre¬ferente atención al desarrollo de la Conferencia; y si bien es cierto que mostró un cauteloso optimismo ante el "giro anunciado por Estados Unidos", también es cierto que destacó profusamente toda manifestación latinoamericana, tendiente a salvaguardar sus derechos. Por ejemplo: cuando el delegado cubano, Ángel Alberto Geraudy, reclamó enfáticamente una declaración tajante sobre la no intervención, al tiempo que denunciaba que los EE.UU. estaban interviniendo en su patria y anunciaba el retiro de su delegación; Herrera destacó con grandes titulares: "Fue vibrante el alegato de Cuba contra las intervenciones".
También dio amplia publicidad a las declaraciones de los delegados de Ecuador, Cuba y Haití, sintetizadas así: "Expresan un criterio contrario en absoluto a las intervenciones y la más amplia independencia y soberanía de las naciones".
Del 15 al 19 de diciembre la Conferencia entró en el período fuerte de las definiciones. "El Debate", a través de sus titulares y artículos editoriales, fue marcando la tónica de las mismas. Mientras el 15 informaba: "Mr. Hull anunció una nueva era de la política internacional de los Estados Unidos"; al otro día se ufana¬ba: "Se sancionó el repudio a las intervenciones". "Por unanimidad 20 naciones aclamaron el principio de no intervención". "Por primera vez en la historia de las siete conferencias panamericanas, se resuelve el problema palpitante de América".
Harto concluyentes son estos testimonios, que jalonan una etapa importante en la política antimperialista del Partido Nacional.
También le da importancia fundamental a la posición la¬tinoamericana ante la ponencia yanki sobre sistemas arancelarios, transcribiendo las declaraciones del delegado de Ecuador, Dr. Antonio Parra: "La única manera que tienen nuestros Estados para independizarse es la de crear una unidad económica".
El 26 de diciembre, al clausurarse la Conferencia, editorializa con satisfacción patriótica, resumiendo los resultados en tres fundamentales: 1) Orientación antitarifista y creación de un or¬ganismo interamericano para la orientación económica-financiera de los 21 países; 2) No intervención; 3) Reafirmación del pacifis¬mo.
Esta última fue el epílogo para la guerra del Chaco al anun¬ciarse la paz entre Paraguay y Bolivia y declararse al 19 de diciembre de 1933 el "Día de la Paz de América" (El conflicto se estiraría, artificialmente, por los "intereses creados", hasta 1935).
Finalmente merece un párrafo la decisión adoptada por la Conferencia, referida al revisionismo histórico, materia prioritaria para el Herrerismo. "El Debate" publicó una entrevista al delegado paraguayo, Dr. Justo Pastor Benítez, quien pronunció una frase memorable: "La revisión de los textos de Historia podría llamarse la condonación de las deudas morales de los pueblos".

LA "BUENA VECINDAD"

Pero ¿cómo interpretar, si no conciliar, la anunciada nueva política, de la "Buena Vecindad", del presidente Franklin Delano Roosevelt, con los verdaderos propósitos imperialistas?
Es imposible, para una cabal interpretación del drama la¬tinoamericano con relación a su poderoso vecino norteño, sus¬traerse a observar, aunque más no sea a vuelo de pluma, a los "buenos vecinos".
Cuba, para empezar: ¿no era, acaso, un feudo norteamericano? La Enmienda Platt le había dado a los yankis el control militar, político y económico de la isla. Y cuando en 1933 Grau San Martín asumió el poder, sin miramientos ni recato, Summer Welles (emba¬jador de los EE.UU.) comenzó a preparar su derrocamiento. Y cuando cayó Grau y empezó el tiempo del sargento Batista, aquel pudo acusar, sin reticencias, al gobierno de Washington como responsable de su caída.
Guatemala, Honduras y Costa Rica, con los Ubico, los Tiburcio Carias y los Jiménez, eran feudos de la United Fruit. El Salva¬dor con Maximiliano Hernández; el "protectorado" de Panamá; Trujillo en la República Dominicana; por citar los más notorios, fueron ejemplos típicos de que dio en llamarse "las republiquetas del Caribe".
El drama de Nicaragua con el asesinato de Sandino y la "entronización" de los Somoza; la dictadura de Juan Vicente Gómez en Venezuela; fueron hechos en los que también —cier¬tamente— no estuvieron ajenos los Estados Unidos.
¿Dónde, pues, la buena vecindad?
Después, aún, vendrá e* ueii^^muento de Getulio Vargas en Brasil; lo de Spuille Braden en la Argentina; lo de "las bases" por nuestras playas; la dependencia de Colombia con el presidente Santos; los "vaivenes" de Alesandri en Chile; la vía cruxis de México con su "peligrosa" vecindad; Morínigo en el Paraguay, como ejemplo elocuente de la tragedia paraguaya.
¡Habría tanto qué escribir de este período!
Sin olvidar los sucesivos derrocamientos en Bolivia, Ecuador, Perú, Colombia, Puerto Rico..., que hicieron trágico el panorama latinoamericano y escribieron el infortunio de los Germán Busch, Velazco Ibarra, Paz Estenssoro, Gaitán, Haya de la Torre, Albizu Campos,...
¡Todos con su fe nacionalista y antimperialista a cuestas!
Toda la década del 30, la pre-guerra, estuvo signada por las "intervenciones" más o menos descaradas de las embajadas yankis en los países latinoamericanos.
La nueva política, entonces, que registró lo más resonante con la supresión de la Enmienda Platt y el retiro de "los marines" de América Latina, tuvo el precio de admitir cualquier gobierno, por espúreo que fuera su origen, con tal de que fuese un "buen vecino" de los Estados Unidos.

LA DECLARACIÓN DE LIMA

Todo este panorama americano de pre-guerra se cierra con la Declaración de Lima (diciembre de 1938), complementaria de la Conferencia de la Paz celebrada en Buenos Aires en 1936.
El 23 de noviembre de 1938, ante la inminencia de la Conferen¬cia, Herrera —previendo y previniendo— pregunta desde las columnas de "El Debate": ¿Qué programa tiene la Conferencia de Lima? (...) ¿Qué ha probado que la América del Sur está en peligro? (...) ¿Quién ha pedido protección a Estados Unidos? (...) ¿No hay algo de alucinación y de miedo en esa pesadilla guerrera que padece Estados Unidos?"
El día 14, ya inaugurada la Conferencia, arremete con este ti¬tular: "Hermandad continental, sin cláusulas de vasallaje".
Hasta que el día 19, formulada la Declaración de Lima, luego de trabajosos esfuerzos, durante los cuales la Argentina consiguió incluir importantes modificaciones a la ponencia inicial de Estados Unidos, el Herrerismo saca sus propias conclusiones; muy jugosas por cierto:
"LA CONFERENCIA DE LIMA. Epílogo. La Conferencia de Lima terminó sus tareas. De las laboriosas sesiones ¿qué queda?
Aparte de la obra cultural y sanitaria cuyos resultados son como los de todas las demás Conferencias panamericanas especializadas que se reúnen periódicamente; de la cuestión internacional del momento, nos interesa saber ¿qué aporte representa la VIII Conferencia Panamericana a la paz y a la prosperidad económica de los pueblos latinoamericanos? (...) Abarca los "platónicos" ideales panamericanos en toda su gravedad y comprende todas sus consecuencias. En efecto: 1) El "generoso" propósito de la soli¬daridad panamericana traerá aparejado el rearme de la América LatirUi y por lo tanto la suscripción de empréstitos en dollars para comprar armas. 2) El contrato de empréstitos creará el des¬plazamiento de las preferencias comerciales de Europa hacia Esta¬dos Unidos, con grave daño de los intereses económicos de América Latina. 3) Automáticamente las bases navales, pero sobre todo, aéreas, de nuestras repúblicas pasarán con el pretexto de organizar su defensa a manos de los Estados Unidos". He aquí la realidad cruda y dura de los democráticos votos del venerable Mr. Hull. Su estampa de apóstol de la paz, se luce con dulce elocuencia en las conferencias panamericanas; sin embargo, la realidad "que es lo que es —y no lo que parece y lo que desearíamos que.fuera—, nos descubre en Mr. Hull al profeta de la guerra, queriendo arrastrar a naciones felices y jóvenes —ajenas a los planes europeos o asiáticos de EE.UU. — con declaraciones que no responden ni a la historia, ni a la sangre, ni al porvenir de la América española. ¿Peligros remo¬tos? El único peligro para América T.:*:~% ha siáu hasta ahora la voracidad de Estados Unidos".

¡CONCLUYENTE!
CONFERENCIA DE PANAMÁ

El año 1939 marcó el tragicismo del inicio de la segunda guerra mundial, a un cuarto de siglo de declarada la primera.
América se proclamó neutral, sin excepciones, organizándose en Panamá una conferencia consultiva.
Paz y Neutralidad — al tiempo que diseñó la tercera posición— fu» el grito patriótico de Luis Alberto de Herrera Con esta fe se mostró optimista por la anunciada reunión, aunque, no abdicando de sus naturales recelos, pidió que todo lo que se hiciese tuviera luego sanción legislativa. Tenía la mitad del Senado y sabía que por allí no pasaría ninguna iniquidad ni entregamiento.
Del ejemplar de "El Debate" del 19 de setiembre de 1939, transcribimos un editorial, en el que —con la inspiración de
Herrera— se analiza y define claramente la posición del Partido Nacional ante los problemas que agitan al mundo:
"El criterio con que a nuestro juicio deben ser encarados los temas que serán objeto de deliberación en la conferencia a reunirse próximamente en Panamá, debe sintetizarse en la consecución de dos objetivos primordiales: el mantenimiento de la neutralidad y las consecuencias que necesariamente han de derivar de la guerra en el orden económico-financiero para nuestro continente. Y, se añade a esta proposición, la de que se hace indispensable evitar que los anhelos de "espacio vital" en la América del Sur, se conviertan en realidades más o menos inmediatas. El mal ejemplo cunde y contra él, en el caso concreto de la doctrina inventada por el régimen nazi, es necesario estar prevenidos. Pero, quienes así se han pronunciado ya, omiten todo cuanto por otras vías que no sean las que las aspiraciones de "espacio vital" puedan abrir en la órbita de Hispanoamérica, es suceptible, también de "minar" las democracias que sus jóvenes Estados encarnan."...

EL NAZI COMUNISMO

"Si la Conferencia de Panamá ha d§ considerar el problema de lo que podemos denominar la defensa de las teorías políticas inherentes al predominio democrático, desvinculadas o no de las gravitaciones que a su respecto puedan ejercer las mudanzas económicas, producto de la actual contienda bélica, preciso será que sus miembros dirijan la vista tanto a los peligros de la derecha como a los de la izquierda, —en realidad hoy constituyen uno solo, por la fusión inconcebible del nazismo con el comunismo— puesto que ese invento insólito del "espacio vital" no representa una concepción menos sugerente, por lo que hace a sus medios posibles de obtención que la que traducen los planes comunistas, para — según declaración reciente de uno de sus cabecillas— "acabar con todo lo que se opone a los intereses de clase", finalidad para cuyo logro se afirma proyectar en estos precisos momentos "un golpe estratégico para aplastar al enemigo". Y no debe presumirse que en la calificación de "enemigo" no están comprendidas las democracias americanas. No es asunto baladí, el que refiere a la me¬jor defensa de las democracias, a una aplicación escrupulosa y sistematizada de los postulados políticos y sociales que les dan jerarquía en la estructuración gubernamental de las naciones. Este aspecto del problema que hoy plantean las pugnas ideológicas, en el terreno político, es el que menos se justiprecia cuando se trata de hacer prevalecer una u otra tendencia militante. Sin embargo, no es en otro ninguno, donde con mayor significación se encierra la clave de la verdadera defensa de un régimen democrático. Las fallas que a éste se le atribuyen, no están, por cierto, en la doctrina que lo sustenta, sino en la forma como ésta es interpretada y transforma¬da en acción concreta de gobierno. La idea permanece invulnerable, pero las aplicaciones no armonizan, generalmente, en los fines en que aquella reposa y para los cuales ha sido filosóficamente conce¬bida. De aquí se sigue, que para hacer eficaz la defensa de las democracias americanas, independientemente de la obra de cola¬boración colectiva inspirada en comunes ideales, es imprescindible la particular de cada gobierno, dentro de los límites políticos que le están trazados. Porque si la primera es de orden trascendente en los dominios del derecho internacional, la segunda debe estimarse de necesidad vital, a los efectos de fortalecer la fe de los pueblos respecto de las ventajas que el sistema ofrece del punto de vista de la preminencia de los derechos del individuo en sus relaciones recíprocas y del de la posesión de los fueros de soberanía al amparo de la libertad y de la justicia distributiva."
En las líneas que acabamos de leer, el Partido muestra su doctrina, con una precisión y amplitud tal, que puede llamarse —a justo título— una doctrina eminentemente americana.
Queda —bien sentado— el criterio autonómico e independiente de derechas e izquierdas, con un objetivo claro de orientalidad que apunta, convergentemente, al nacionalismo y al antimperialismo. Y por esa vía llega, natualmente, al americanismo.
El Partido no improvisa en la materia, el Partido recoge la herencia histórica con firme raíz federal y artiguista, cuajada en el legado lavallejista: Libertad o Muerte. Oribe se sintetiza en Independencia-Nacionalidad-Americanismo. Independencia o Muerte está gritando, heroicamente, Leandro Gómez ante los escombros de Paysandú y frente a la metralla flonsta-mitrista-brasileña. In¬dependencia y Libertad exige la lanza de Timoteo Aparicio. Todo por la Patria, fue la consigna de la causa por la libertad civil y polí¬tica, v la consecuente inmolación de Aparicio Saravia.
La defensa del sistema democrático, es la base subsiguiente a la doctrina matriz; y se emparenta —por vía natural— con los principios fundamentales: libertad, soberanía, derechos del indivi¬duo, justicia social.
Leer dos veces el editorial transcripto, importa beber —con avidez— en la fuente prístina del origen y destino del Partido Nacional.

CONFERENCIA DE LA HABANA

Finalizadas las reuniones de Panamá, que recomendaran "el establecimiento de la zona de seguridad" y "la libre circulación de las listas negras"; de inmediato comenzaron los sondeos para nm> próxima conferencia a realizarse en La Habana, donde se propondría el establecimiento del "cartel económico panamericano". (Contaron con la frontal oposición del Herrerismo).
De las ediciones de "El Debate" de esa época, extractamos dos artículos jugosísimos, en los que Herrera desenmascara el "interés yanki" en lo que atañe al hemisferio colombiano, y denuncia lo que más tarde serla el estrangulamiento económico.
En efecto, después, con creciente crudeza, se soportaron las presiones de las organizaciones económicas internacionales, dirigi¬das desde y por Estados Uñidos, sucediéndose bajo diferentes ró¬tulos: "Plan de Ayuda Económica a América Latina", "Alianza para el Progreso", "Fondo Monetario Internacional",...

EL CARTEL ECONÓMICO


"El Debate" (27/6/1940). "Los sudamericanos no tienen por qué entrar por el "cartel económico" que pomposamente se le ofrece desde el otro extremo del continente. Más de una vez, hemos se¬ñalado el doble aspecto egoísta y politiquero de la serie de ruidosas actitudes —a pretexto de "conmovedor" panamericanismo— que presentan los gestos internacionales de la Unión, en lo que atañe al hemisferio colombiano. Por una parte, se sirve la política domés¬tica; por la otra, se ata al propio interés mercantil el destino económico de las repúblicas sudamericanas".

"El Debate" (15/7/1940). "Como la palabra de los muy po¬derosos tiene siempre, aunque no se quisiera, inflexiones demasiado apremiantes, nunca se insistirá con exceso sobre la necesidad de que las delegaciones a la Conferencia de La Habana resistan a la se ducción estadounidense. Así lo decimos refiriendo, con especial mo¬tivo a la muestra. Nos apresuramos a reconocer lo difícil y aún desagradable, que resulta discrepar y resistir cuando el invitante se multiplica en cordialidad, desde luego, singularmente interesadas; pero ANTES QUE TODO, está nuestro propio interés económico".

LOS MANDATOS COLECTIVOS

Siempre refiriéndose a los puntos que serán tratados en la publicitada Conferencia de La Habana, editorializa mencionando el régimen de mandatos colectivos sobre las colonias europeas en el continente americano. Reproducimos estos sabrosos párrafos:
"...Cambiar de dueños, es acaso el único camino que debemos aconsejar a los hermanos continentales sometidos todavía al régimen de la colonia? Creemos confiadamente que el juicio ilustra¬do y valiente de los delegados a la Conferencia de La Habana ofrecerá otras soluciones más en concordancia con la historia de La Revolución Americana". "...Elemental parece seguir la norma polí¬tica de excluir para siempre el régimen colonial de la América li¬bre". ...Con tanta más razón debemos apoyar el deber elemental de luchar con todos los medios por la independencia nacional de las colonias". "...Es la única solución legítima que debiera adoptar la Conferencia de La Habana, interpretando el eco legendario de los Libertadores: Washington, Bolívar, Morelos, San Martín, O'Higgins, Artigas, Martí..."
Al editorial le hace digno corolario el artículo "Como la tin¬torera" aparecido en el mismo ejemplar, con el particular e incon¬fundible estilo de Herrera:
"A título, también de que no sufra melladura la resobada doctrina de Monroe, alguien pedirá —ya todo preparado de an¬temano— que "desinteresadamente" Estados Unidos, sacrificán¬dose como de costumbre, acepte ejercer mandato sobre las posesiones holandesas y francesas en América, a pesar de que tal no piden las respectivas metrópolis. ¿Puede alguien aseverar sin¬ceramente que corren riesgo de invasión Las Guayanas? Corre, sí, riesgo de que los Estados Unidos se queden arbitrariamente con ellas, a pretexto de "mandato", de necesidad militar, de cancelación de deudas atrasadas... Lo deplorable es que se quiera asociar a las patrias americanas y latinas a la gran farsa politiquera de los plutócratas neoyorquinos que a rio revuelto, aprovechan la oportunidad para pescar..."
En ediciones siguienes continúa Herrera, implacable: "¡Ah, no! Las Repúblicas sudamericanas no pueden entrar en eso. Pues tendría que ver que, a título de un peligro más que remo¬to, pero arteramente invocable como "cuco" circunstancial —muy ventajoso para quienes lo alega— la Unión echara la mano sobre las Guayanas y las islas del Caribe, que jamás le pertenecieron! La teoría de "los mandatos" fue hipócritamente creada por la descon¬ceptuada Liga de las Naciones para disfrazar conquistas terri¬toriales. En este hemisferio, nadie puede adherir a semejante extra¬vío. No es concebible que eso se admita".

NACIONALISMO BENDITO


Suelen anotarse, por historiadores, algunas limitaciones en la militancia antimperialista de Herrera.

Carlos Zubillaga, por citar un ejemplo, señala debilidades en su concepción nacionalista y algunas actitudes incongruentes, referi¬das — principalmente— a su exaltación de la doctrina Monroe; pero también —justo es destacarlo— se apresura a recurrir a ex¬presiones del propio Herrera, que las desestima: ("alguien equi¬vocándose, podrá atribuirme alguna incongruencia").
Por supuesto que no se está, durante sesenta años, martillando, sin que alguna vez el martillo no se desvíe. De cualquier
manera, es demasiado denso el pensamiento herrerista en la materia, para que puedan anotársele debilidades o incongruencias.
Serían —en definitiva— meras actitudes "sueltas", impuestas por
motivos circunstanciales y no de fondo; a las que Herrera solía
hacer concesiones de momento. Luego y desde atrás la línea es
vertical y homogénea, como que está afirmada en un estricto sentido de nacionalismo: nacionalismo bendito, como él mismo
proclamaba. ?
El referido historiador, con absoluta objetividad y honestidad crítica, se encarga de subrayarlo:
"Sea como fuere, al promediar la década del 40, Herrera recti¬fica plenamente sus juicios sobre la doctrina Monroe, y en una rei¬terada prédica periodística, cuestiona este instrumento de la polí¬tica exterior norteamericana, retomando el tono de las lejanas advertencias que como diplomático afectuara a comienzos del siglo e integrando, en forma congruente, este aspecto de su pensamiento internacional al esquema general de la opción nacionalista y antim¬perialista".
No es necesario abundar en lo de "rectifica plenamente sus juicios sobre la doctrina Monroe"; que no hay tal.
Herrera, a través de toda su actuación, hace continuas in¬vocaciones a la doctrina, "beneficiosa en su alcance defensivo"; pero — concomitan temente— recela del abuso que de ella hacen los Estados Unidos.
Así (más adelante lo veremos) en su discurso en el Senado so¬bre las bases, en pleno 1941, afirma: "Soy decidido partidario de la doctrina de Monroe". Diez años después (también lo veremos) ante Edward Miller, repite:"En su alcance defensivo aceptada la doctrina Monroe". Pero siempre agregó: "A título también de que no sufra melladura la resobada doctrina de Monroe", como lo dice en el artículo arriba transcripto; o el: ¿Por qué le beneficie estirar hasta el abuso y lo vituperable su elástica doctrina de Monroe, nosotros tendremos que aplaudir?
No hay rectificación tal, entonces. Siempre hubo una misma linea de conducta; graduando las limitaciones de la doctrina a sus alcan¬ces defensivos. Un examen atento de la política internacional de Herrera, lo pone, claramente, de manifiesto.

DESPUÉS DE LA HABANA

Finalizada la Conferencia, ufanos volvieron a sus lares los mandatarios de las repúblicas sureñas. Se había frenado, aparentemente, al coloso. Pero, a poco andar...
"La teoría en el tintero" (19/8/1940). La Conferencia de La Habana, moderando proposiciones irrefrenadas, acordó juiciosamente: Io) que lo del cartel económico se redujera a la simple colocación de los sobrantes de la producción, luego de servi¬dos los mercados universales, y 2o) que sólo se pondría la mano en las posesiones americanas de las naciones europeas (Francia, Ingla¬terra y Holanda) cuando ellas corrieran riesgo de caer en manos de otras potencias ultramarinas. En tal caso, se confiaría el gobierno accidental de dichas posesiones a la autoridad conjunta de varias repúblicas de este hemisferio. Por lo demés, y en última instancia, ¡sus habitantes decidirían de su suerte por propio pronunciamiento. Fundamental esta resolución.
Pero no ha pasado un mes desde la celebración de este otro cónclave espectacular. En efecto, en estos momentos, Estados Uni¬dos, por su sola cuenta y conveniencia, está en negociaciones con Inglaterra sobré las islas Jamaica, Trinidad y Vírgenes. Cuestión de trueque: una mano recibe barcos y la otra paga con bases na¬vales, con el consabido arriendo de los 99 años. En plata: la Unión adquiere nuevos territorios americanos, mediante una tratativa contraria a lo resuelto en La Habana. Otra vez aquello de, a mar re¬vuelto, ganancia de pescadores... Lo impuesto habría sido enterar del asunto a las cancillerías, por cuanto en La Habana se prohi¬bieron expresamente las adquisiciones territoriales en el continente y se dispuso que nada se haría sin el común consenso y, sobre tod, sin consultar a las soberanías insulares: ¡qué ellas decidieran de su destino!
Pero nada de eso se ha hecho. Todas las promesas y obligaciones de respeto al "prójimo" han quedado en aguas de borrajas. Y... Estados Unidos saca la cosecha.

Capitulo II de "Antiimperialismo y los yanquis"