miércoles, 26 de octubre de 2011

Qué Clase de Partido y Partido de qué Clase es el APRA

por V. R. Haya de la Torre

Un partido antimperialista indoamericano con sentido de nuestra realidad social, no puede ser un partido exclusivo de clase. Menos, un partido de remedo o calco europeo. Y menos, todavía, un partido sometido a dirección extranjera.

Tres razones en contra de la objeción comunista analizada en el capítulo anterior.

Y un partido antimperialista indoamericano, con sentido de nuestra realidad social, debe ser un partido nacional de Frente Único, que agrupe todas las clases sociales amenazadas por el imperialismo. Debe ser, también, un partido con programa y tácticas propias, realistas y eficientes y con comando nacional.

Tres razones en favor de la organización del APRA como Partido.

Detengámonos un poco en estos enunciados:

El imperialismo no sólo amenaza a la clase proletaria. El imperialismo que implica en todos nuestros países el advenimiento de la era capitalista industrial, bajo formas características de penetración, trae consigo los fenómenos económicos y sociales que produce el capitalismo en los países donde aparece originariamente: la gran concentración industrial y agrícola; el monopolio de la producción y circulación de la riqueza; la progresiva destrucción o absorción del pequeño capital, de la pequeña manufactura, de la pequeña propiedad y del pequeño comercio, y la formación de una verdadera clase proletaria industrial.

viernes, 21 de octubre de 2011

EL ESTADO, PRODUCTO Y FACTOR DE LA HISTORIA

por Jaime María de Mahieu

13. La duración comunitaria

La Comunidad política no está constituida por grupos siempre idénticos a sí mismos y fijados de una vez unos con respecto a otros en posiciones invariables, como lo están las casas de una ciudad. Cada grupo está hecho de materia viviente – los individuos – y se transforma sin cesar en el curso de su evolución, resultante de las evoluciones biopsíquicas de sus componentes, aun cuando las relaciones fundamentales que existen entre estos últimos permanecen sin cambio.
La familia, verbigracia, supone esencialmente la relación sexual entre el varón y la mujer. Pero sus modalidades varían con la personalidad de sus miembros y con las circunstancias que la condicionan. Sabemos hasta qué punto la ha modificado la industrialización. Y nadie puede dejar de comprobar que, entre la formación de la pareja y su disociación, la estructura familiar pasa por fases diversas aunque encadenadas. Sin embargo, la familia es un grupo natural que posee un sustrato biosocial invariable. No así en lo que atañe a las asociaciones, nacidas por contratos sin fundamentos necesarios, que podrían no existir o tomar formas del todo distintas de lo que son.
Naturales o contractuales, todos los grupos sociales deben, por otra parte, para subsistir, adaptarse a sus condiciones interiores y exteriores de realización, y por tanto se modifican constantemente. Puesto que sus elementos constitutivos básicos cambian en su ser o en sus modalidades, y siendo accidentales sus demás células, la Comunidad ya es cambiante en su sustancia. Las relaciones que establece entre los grupos que federa tiene evidentemente que variar con esos mismos grupos, Pero el complejo que constituye no es un simple conglomerado, ya lo hemos dicho, y todo intento de reducirlo a sus componentes tropieza con la realidad profunda de la esencia misma del todo unitario.
Es un hecho de observación que la Comunidad posee una duración propia – estudiaremos su proceso en el capítulo IV –, naciendo, desarrollándose y muriendo como un individuo. La historia nos trae mil pruebas de semejante fenómeno. Imperios que durante siglos dominaron el mundo conocido cayeron en el caos. Naciones otrora poderosas y temidas vegetan hoy día en la mediocridad y ya no cuentan para nada en la vida política del universo, mientras que Comunidades surgen, dominadoras, donde no había ayer sino un polvo de tribus o pueblos anárquicos o sometidos. En el seno de las naciones, los regímenes se suceden, transformándose a la vista la estructura social. Si bien existen leyes estáticas del orden colectivo, vale decir, constantes que expresan la esencia estructural de la Comunidad – tal, por ejemplo, la que comprueba la necesidad de un órgano de conciencia y de mando – no hay ninguna que pueda ser aislada de la evolución histórica.

miércoles, 19 de octubre de 2011

El nacionalismo puertorriqueño


por Pedro Albizu Campos

Declaraciones a los representantes de Prensa Asociada, marzo de 1936.

Sesenta y ocho años ha se fundó la República. Cuando, el día 23 de septiembre de 1868 proclamaron nuestros antepasados nuestra independencia de España, solemnemente afirmaron que la revolución no se fundaba en queja alguna contra nuestra Madre Patria.

Puerto Rico era rico en nombre y en realidad; nuestra heredad cristiana había creado una familia modelo y una sociedad sólida; la nación figuraba en la vanguardia de la moderna civilización.

Grandes hombres en todos los campos de la conquista humana hacían honor a su tierra natal: mentalidades privilegiadas como Stahl y Tanguis en las ciencias naturales; Morel Campos, el genio musical; Oller y Campeche, maestros en la pintura; grandes pensadores como De Hostos; poetas inspirados de pura espiritualidad como Gautier Benítez; hombres de mar de la grandeza del almirante don Ramón Power; soldados libertadores del Nuevo Mundo, como el mariscal Valero y el general Rius Rivera; estadistas y patriotas nobles como Betances; directores espirituales de una nación generosa, hospitalaria y pacífica, como el obispo Arizmendi.

Eran éstas figuras prestantes de las legiones de grandes hombres y grandes mujeres de una nación, que durante tres centurias había servido de base para la expansión de la civilización cristiana en las Américas.

No debe olvidarse que una expedición de Puerto Rico bajo el comando de Ponce de León, plantó la cruz en el continente de Norteamérica en el 1531, cien años antes de fundarse Jamestown en Virginia.

Los fundadores de la República en el 68 se batieron solamente por el principio de que ninguna nación será dueña del destino de otra nación.

Este principio es la base del derecho internacional y de la civilización universal y no puede violarse so pretexto de conveniencia alguna.

Es el principio de la dignidad humana formulado en su aplicación a la familia de naciones.

La Madre Patria, España, la hidalga fundadora de la moderna civilización mundial, reconoció este principio fundamental de relación internacional como lo exponían nuestros antepasados del 1868, y concedió a Puerto Rico la Magna Carta Autonómica, en virtud de la cual las relaciones entre España y Puerto Rico habrían de ser reguladas por tratados, así reconociendo a nuestro país como una nación soberana, libre e independiente.

Este reconocimiento de nuestro lugar en la familia de naciones libres era irrevocable y obligatorio para todos los poderes, y nunca pudo estar a merced de las vicisitudes de las guerras de nuestra Madre Patria o de ninguna otra guerra.

El tratado de París, impuesto por la fuerza por Estados Unidos a España, el 11 de abril de 1899, es nulo y sin valor en lo que atañe a Puerto Rico. Por tanto, la intervención militar de Estados Unidos en nuestra patria, es sencillamente uno de los actos más brutales y abusivos que se haya perpetrado en la historia contemporánea.

Exigimos la retirada de las fuerzas armadas de Estados Unidos de nuestro suelo como defensa natural y legítima de la independencia de Puerto Rico.

No somos tan afortunados como nuestros antepasados del 1868. Ellos combatieron por el principio puro de la soberanía nacional. No tenían queja alguna contra la Madre Patria, España.

Contra Estados Unidos de Norteamérica tenemos que radicar reclamaciones como indemnización por los enormes daños perpetrados sistemáticamente y a sangre fría contra una nación pacífica e indefensa.

El balance comercial favorable de Puerto Rico durante los treinta y cinco años de intervención militar norteamericana arroja en números aproximadamente cuatrocientos millones de dólares oro. De acuerdo con esa cifra imponente, Puerto Rico debiera ser uno de los países más ricos y prósperos del planeta. De hecho, la miseria es nuestro patrimonio. Ese dinero está en poder de los ciudadanos norteamericanos en el continente.

Cálculos conservadores sobre el valor financiero del monopolio comercial que nos impuso Estados Unidos por la fuerza, y en virtud del cual estamos obligados a vender nuestras mercaderías a los norteamericanos al precio que a ellos convenga y además tenemos que pagar por la mercadería norteamericana el precio que nos quieran imponer los norteamericanos, arroja una cifra no menor de quinientos millones de dólares oro.

Por supuesto el resultado de esa explotación inmisericorde y abusos perpetrados sobre nuestra nacionalidad, queda patente en la pobreza universal, en las enfermedades y elevada mortalidad de nuestra población, la más alta en las Américas.

El setenta y seis por ciento de la riqueza nacional está en manos de unas pocas corporaciones norteamericanas, para cuyo beneficio exclusivo se mantiene el presente gobierno militar.

Un asalto estúpido se ha dirigido contra nuestro orden social cristiano en un esfuerzo brutal para di­solver la estructura de nuestra familia y destruir la moralidad de una raza hidalga, imponiendo a través de agencias gubernamentales la difusión de las prácticas de la prostitución, bajo el estandarte engañoso de control de natalidad; el esfuerzo ridículo para destruir nuestra civilización hispánica con un sistema de instrucción pública usado en Estados Unidos para esclavizar a las masas; la arrogancia tonta de pretender guiar en el orden espiritual a una nación cuya alma se ha forjado en el más puro cristianismo: ésas son nuestras quejas más serias.

Estados Unidos de América se encuentra frente a frente en Puerto Rico con el espíritu de Lexington, de Zaragoza, de Ayacucho.

La presente política imperial por la cual se pretende disolver al nacionalismo por el terror y el ase­sinato, es una provocación y una tontería imperialista para satisfacer a unas pocas corporaciones nor­teamericanas.

El pueblo de Estados Unidos, si no se ha vuelto totalmente insensible a los principios que le permi­tieron ser una nación libre, debe tener sentido común, debe guiarse exclusivamente por su interés nacional.

Ese interés nacional queda garantizado al respetar la independencia de Puerto Rico.

Ésas son las aspiraciones del nacionalismo de Puerto Rico.

viernes, 14 de octubre de 2011

Mensaje al Congreso Constituyente de la República de Colombia


¡Conciudadanos!
Séame permitido felicitaros por la reunión del congreso, que a nombre de la nación va a desempeñar los sublimes deberes de legislador.
Ardua y grande es la obra de constituir un pueblo que sale de la opresión por medio de la anarquía y de la guerra civil, sin estar preparado previamente para recibir la saludable reforma a que aspiraba. Pero las lecciones de la historia, los ejemplos del viejo y nuevo mundo, la experiencia de veinte años de revolución, han de servirnos como otros tantos fanales colocados en medio de las tinieblas de lo futuro; y yo me lisonjeo de que vuestra sabiduría se elevará hasta el punto de poder dominar con fortaleza las pasiones de algunos, y la ignorancia de la multitud, consultando, cuando es debido, a la razón ilustrada de los hombres sensatos, cuyos votos respetables son precioso auxilio para resolver las cuestiones de alta política. Por lo demás hallaréis también consejos importantes que seguir en la naturaleza misma de nuestro país, que comprende las regiones elevadas de los Andes, y las abrasadas riberas del Orinoco: examinadle en toda su extensión, y aprenderéis en él, de la infalible maestra de los hombres, lo que ha de dictar el congreso para felicidad de los colombianos. Mucho os dirá nuestra historia, y mucho nuestras necesidades, pero todavía serán más persuasivos los gritos de nuestros dolores por falta de reposo y libertad segura.
¡Dichoso el congreso si proporciona a Colombia el goce de estos bienes supremos por los cuales merecerá las más puras bendiciones!
Convocado el congreso para componer el código fundamental que rija a la república, y para nombrar los altos funcionarios que la administren, es de la obligación del gobierno instruiros de los conocimientos que poseen los respectivos ministerios de la situación presente del Estado, para que podáis estatuir de un modo análogo a la naturaleza de las cosas. Toca al presidente de los Consejos de Estado y Ministerial manifestaros sus trabajos durante los últimos diez y ocho meses: si ellos no han correspondido a las esperanzas que debimos prometernos, han superado al menos los obstáculos que oponían a la marcha de la administración las circunstancias turbulentas de guerra exterior y convulsiones intestinas; males que, gracias a la Divina Providencia, han calmado a beneficio de la clemencia y de la paz.
Prestad vuestra soberana atención al origen y progreso de estos trastornos.
Las turbaciones que desgraciadamente ocurrieron en 1828, me obligaron a venir del Perú, no obstante que estaba resuelto a no admitir la primera magistratura constitucional, para que había sido reelegido durante mi ausencia. Llamado con instancia para restablecer la concordia y evitar la guerra civil, yo no pude rehusar mis servicios a la patria, de quien recibía aquella nueva honra, y pruebas nada equívocas de confianza.
La representación nacional entró a considerar las causas de discordias que agitaban los ánimos, y convencida de que subsistían, y de que debían adoptarse medidas radicales, se sometió a la necesidad de anticipar la reunión de la gran convención. Se instaló este cuerpo en medio de la exaltación de los partidos; y por lo mismo se disolvió, sin que los miembros que le componían hubiesen podido acordarse en las reformas que meditaban. Viéndose amenazada la república de una disociación completa, fui obligado de nuevo a sostenerla en semejante crisis; y a no ser que el sentimiento nacional hubiera ocurrido prontamente a deliberar sobre su propia conservación, la república habría sido despedazada por lo manos de sus propios ciudadanos. Ella quiso honrarme con su confianza, confianza que debí respetar como la más sagrada Ley. ¿Cuando la patria iba a perecer podría yo vacilar?
Las leyes, que habían sido violadas con el estrépito de las armas y con las disensiones de los pueblos, carecían de fuerza. Ya el cuerpo legislativo había decretado, conociendo la necesidad, que se reuniese la asamblea que podía reformar la constitución, y ya, en fin, la convención había declarado unánimemente que la reforma era urgentísima. Tan solemne declaratoria unida a los antecedentes, dio un fallo formal contra el pacto político de Colombia. En la opinión, y de hecho, la constitución del año 11º [1821] dejó de existir.
Horrible era la situación de la patria, y más horrible la mía, porque me puso a discreción de los juicios y de las sospechas. No me detuvo sin embargo el menoscabo de una reputación adquirida en una larga serie de servicios, en que han sido necesarios, y frecuentes, sacrificios semejantes.
El decreto orgánico que expedí en 27 de agosto de 28 debió convencer a todos de que mi más ardiente deseo era el de descargarme del peso insoportable de una autoridad sin límites, y de que la república volviese a constituirse por medio de sus representantes. Pero apenas había empezado a ejercer las funciones de jefe supremo, cuando los elementos contrarios se desarrollaron con la violencia de las pasiones, y la ferocidad de los crímenes. Se atentó contra mi vida; se encendió la guerra civil; se animó con este ejemplo y por otros medios, al gobierno del Perú para que invadiese nuestros departamentos del Sur, con miras de conquista y usurpación. No me fundo, conciudadanos, en simples conjeturas: los hechos, y los documentos que lo acreditan, son auténticos. La guerra se hizo inevitable. El ejército del general La Mar es derrotado en Tarqui del modo más espléndido y glorioso para nuestras armas, y sus reliquias se salvan por la generosidad de los vencedores. No obstante la magnanimidad de los colombianos, el general La Mar rompe de nuevo la guerra hollando los tratados, y abre por su parte las hostilidades, mientras tanto yo respondo convidándole otra vez con la paz; pero él nos calumnia, nos ultraja con denuestos. El departamento de Guayaquil es la víctima de sus extravagantes pretensiones.
Privados nosotros de marina militar, atajados por las inundaciones del invierno y por otros obstáculos, tuvimos que esperar la estación favorable para recuperar la plaza. En este intermedio un juicio nacional, según la expresión del jefe Supremo del Perú, vindicó nuestra conducta, y libró a nuestros enemigos del general La Mar.
Mudado así el aspecto político de aquella república, se nos facilitó la vía de las negociaciones, y por un armisticio recuperamos a Guayaquil. Por fin el 22 de setiembre se celebró el tratado de paz, que puso término a una guerra en que Colombia defendió sus derechos y su dignidad.
Me congratulo con el congreso y con la nación, por el resultado satisfactorio de los negocios del Sur: tanto por la conclusión de la guerra, como las muestras nada equívocas de benevolencia que hemos recibido del gobierno peruano, confesando noblemente que fuimos provocados a la guerra con miras depravadas. Ningún gobierno ha satisfecho a otro como el del Perú al nuestro, por cuya magnanimidad es acreedor a la estimación más perfecta de nuestra parte.
¡Conciudadanos! Si la paz se ha concluido con aquella moderación que era de esperarse entre pueblos hermanos, que no debieron disparar sus armas consagradas a la libertad y a la mutua conservación; hemos usado también la lenidad con los desgraciados pueblos del Sur que se dejaron arrastrar a la guerra civil, o fueron seducidos por los enemigos. Me es grato deciros, que para terminar las disensiones domésticas, ni una sola gota de sangre ha empañado la vindicta de las leyes; y aunque un valiente general y sus secuaces han caído en el campo de la muerte, su castigo les vino de la mano del Altísimo, cuando de la nuestra habrían alcanzado la clemencia con que hemos tratado a los que han sobrevivido. Todos gozan de libertad a pesar de sus extravíos.
Demasiado ha sufrido la patria con estos sacudimientos, que siempre recordaremos con dolor; y si algo puede mitigar nuestra aflicción, es el consuelo que tenemos de que ninguna parte se nos puede atribuir en su origen, y el haber sido tan generosos con nuestros adversarios cuando dependían de nuestras facultades. Nos duele ciertamente el sacrificio de algunos delincuentes en el altar de la justicia; y aunque el parricidio no merece indulgencia, muchos de ellos la recibieron, sin embargo, de mis manos, y quizás los más crueles.
Sírvanos de ejemplo este cuadro de horror que por desgracia mía he debido mostraros; sírvanos para el porvenir como aquellos formidables golpes que la Providencia suele darnos en el curso de la vida para nuestra corrección. Corresponde al congreso coger dulces frutos de este árbol de amargura, o a lo menos alejarse de su sombra venenosa.
Si no me hubiera cabido la honrosa ventura de llamaros a representar los derechos del pueblo, para que, conforme a los deseos de vuestros comitentes, creáseis o mejoráseis nuestras instituciones, sería este el lugar de manifestaros el producto de veinte años consagrados al servicio de la patria. Mas yo no debo ni siquiera indicaros lo que todos los ciudadanos tienen derecho de pediros. Todos pueden, y están obligados, a someter sus opiniones, sus temores y deseos a los que hemos constituido para curar la sociedad enferma de turbación y flaqueza. Sólo yo estoy privado de ejercer esta función cívica, porque habiéndoos convocado y señalado vuestras atribuciones, no me es permitido influir de modo alguno en vuestros consejos. Además de que sería inoportuno repetir a los escogidos del pueblo lo que Colombia publica con caracteres de sangre. Mi único deber se reduce a someterme sin restricción al código y magistrados que nos déis; y es mi única aspiración, el que la voluntad de los pueblos sea proclamada, respetada y cumplida por sus delegados.
Con este objeto dispuse lo conveniente para que pudiesen todos los pueblos manifestar sus opiniones con plena libertad y seguridad, sin otros límites que los que debían prescribir el orden y la moderación. Así se ha verificado, y vosotros encontraréis en las peticiones que se someterán a vuestra consideración la expresión ingenua de los deseos populares. Todas las provincias aguardan vuestras resoluciones; en todas partes las reuniones que se han tenido con esta mira, han sido presididas por la regularidad y el respeto a la autoridad del gobierno y del congreso constituyente. Sólo tenemos que lamentar el exceso de la junta de Caracas de que igualmente debe juzgar vuestra prudencia y sabiduría.
Temo con algún fundamento que se dude de mi sinceridad al hablaros del magistrado que haya de presidir la República. Pero el Congreso debe persuadirse que su honor se opone a que piense en mí para este nombramiento, y el mío a que yo lo acepte. ¿Haríais por ventura refluir esta preciosa facultad sobre el mismo que os lo ha señalado? ¿Osaréis sin mengua de vuestra reputación concederme vuestros sufragios? ¿No sería esto nombrarme yo mismo? Lejos de vosotros y de mí un acto tan innoble.
Obligados, como estáis, a constituir el gobierno de la República, dentro y fuera de vuestro seno, hallaréis ilustres ciudadanos que desempeñen la presidencia del Estado con gloria y ventajas. Todos, todos mis conciudadanos gozan de la fortuna inestimable de parecer inocentes a los ojos de la sospecha, sólo yo estoy tildado de aspirar a la tiranía.
Libradme, os ruego, del baldón que me espera si continúo ocupando un destino, que nunca podrá alejar de sí el vituperio de la ambición. Creedme, un nuevo magistrado es ya indispensable para la República. El pueblo quiere saber si dejaré alguna vez de mandarlo. Los estados americanos me consideran con cierta inquietud, que pueden atraer algún día a Colombia males semejantes a los de la guerra del Perú. En Europa mismo no faltan quienes teman que yo desacredite con mi conducta la hermosa causa de la libertad. ¡Ah! ¡cuántas conspiraciones y guerras no hemos sufrido por atentar a mi autoridad y a mi persona! Estos golpes han hecho padecer a los pueblos, cuyos sacrificios se habrían ahorrado, si desde el principio los legisladores de Colombia no me hubiesen forzado a sobrellevar una carga que me ha abrumado más que la guerra y todos sus azotes.
Mostraos, conciudadanos, dignos de representar un pueblo libre, alejando toda idea que me suponga necesario para la República. Si un hombre fuese necesario para sostener el Estado, este Estado no debería existir, y al fin no existiría.
El magistrado que escojáis será sin duda un iris de concordia doméstica, un lazo de fraternidad, un consuelo para los partidos abatidos. Todos los colombianos se acercarán alderredor de este mortal afortunado; él los estrechará en los brazos de la amistad, formará de ellos una familia de ciudadanos. Yo obedeceré con el respeto más cordial a este magistrado legítimo; lo seguiré cual ángel de paz; lo sostendré con mi espada y con todas mis fuerzas. Todo añadirá energía, respeto y sumisión a vuestro escogido. Yo lo juro, legisladores, yo lo prometo a nombre del pueblo y del ejército colombiano. La República será feliz, si al admitir mi renuncia nombráis de presidente a un ciudadano querido de la nación; ella sucumbiría si os obstináseis en que yo la mandara. Oíd mis súplicas; salvad la República; salvad mí gloria que es de Colombia.
Disponed de la presidencia que respetuosamente abdico en vuestras manos. Desde hoy no soy más que un ciudadano armado para defender la patria y obedecer al gobierno; cesaron mis funciones públicas para siempre. Os hago formal y solemne entrega de la autoridad suprema, que los sufragios nacionales me habían conferido.
Pertenecéis a todas las provincias; sois sus más selectos ciudadanos; habéis servido en todos los destinos públicos; conocéis los intereses locales y generales; de nada carecéis para regenerar esta República desfalleciente en todos los ramos de su administración.
Permitiréis que mi último acto sea recomendaros que protejáis la religión santa que profesamos, fuente profusa de las bendiciones del cielo. La hacienda nacional llama vuestra atención, especialmente en el sistema de percepción. La deuda pública, que es el cangro de Colombia, reclama de vosotros sus más sagrados derechos. El ejército, que infinitos títulos tiene a la gratitud nacional, ha menester una organización radical. La justicia pide códigos capaces de defender los derechos y la inocencia de hombres libres. Todo es necesario crearlo, y vosotros debéis poner el fundamento de prosperidad al establecer las bases generales de nuestra organización política.
¡Conciudadanos! Me ruborizo al decirlo: la independencia es el único bien que hemos adquirido a costa de los demás. Pero ella nos abre la puerta para reconquistarlos bajo vuestros soberanos auspicios, con todo el esplendor de la gloria y de la libertad.

Simón Bolívar
Bogotá, enero 20 de 1830

miércoles, 12 de octubre de 2011

DEL "HOLOCAUSTO" ARGENTINO AL "TERRORISMO ISLÁMICO"


por Noberto Ceresole

A la Inteligencia del Estado de Israel se le planteó un problema esencial a partir del segundo atentado terrorista de Buenos Aires ¿Cómo salir de una contradicción que podría dañar la imagen judía en el mundo, en un momento en que todavía se creía, en Occidente, que la aceptación del Plan de Paz por parte israelí parecía lograda? El problema era especialmente sensible en Europa, que había puesto "toda la carne en el asador" en el proceso del Plan de Paz, y sobre todo en asegurar a sus ciudadanos que esta vez sí, el Estado de Israel cumpliría con sus compromisos: se dijo hasta la saciedad que el Estado de Israel era un Estado-normal-democrático. En definitiva era políticamente imposible explicarle a los ciudadanos de la Unión Europea, donde el Estado de Israel carece de un lobby potente y unificado como él que existe en los EUA, que los atentados terroristas de Buenos Aires habían sido el producto de una confrontación -a muerte- entre dos concepciones del judaísmo (sionismo versus mesianismo nacional-religioso). Porque si ello era así, ¿Adónde iría a parar el Plan de Paz?

lunes, 10 de octubre de 2011

Discurso inaugural de Artigas


Al Congreso de Abril de 1813

“Ciudadanos: El resultado de la campaña pasada me puso al frente de vosotros por el voto sagrado de vuestra voluntad general. Hemos recorrido 17 meses cubiertos de la gloria y la miseria, y tengo la honra de volver a hablaros en la segunda vez que hacéis uso de vuestra soberanía. En ese período yo creo que el resultado correspondió a vuestros designios grandes. El formará la admiración de las edades. Los portugueses no son los señores de nuestro territorio. De nada habrían servido nuestros trabajos, si con ser marcados con la energía y constancia no tuviesen por guía los principios inviolables del sistema que hizo su objeto.
Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana. Vosotros estáis en el pleno goce de vuestros derechos: ved ahí el fruto de mis ansias y desvelos, y ved ahí también todo el premio. Yo tengo la satisfacción honrosa de presentaros de nuevo mis sacrificios y desvelos, si gustáis hacerlo estable. Nuestra historia es la de los héroes. El carácter constante y sostenido que habéis ostentado en los diferentes lances que ocurrieron, anunció al mundo la época de la grandeza. Sus monumentos majestuosos se hacen conocer desde los muros de nuestra ciudad hasta las márgenes del Paraná. Cenizas y ruinas, sangre y desolación, he ahí el cuadro de la Banda Oriental, y el precio costoso de su regeneración. Pero ella es pueblo libre.
El estado actual de sus negocios es demasiado crítico para dejar de reclamar su atención. La asamblea general tantas veces anunciada empezó ya sus sesiones en Buenos Aires. Su reconocimiento nos ha sido ordenado. Resolver sobre este particular ha dado motivo a esta congregación, porque yo ofendería altamente vuestro carácter y el mío, vulneraría enormemente vuestros derechos sagrados, si pasase a decidir por mí una materia reservada sólo a vosotros. Bajo ese concepto, yo tengo la honra de proponeros los tres puntos que ahora deben hacer objeto de vuestra expresión soberana.
1º. Si debemos proceder al reconocimiento de la Asamblea General antes del allanamiento de nuestras pretensiones encomendadas a vuestro diputado don Tomás García de Zúñiga.
2º. Proveer de mayor número de diputados que sufraguen por este territorio en dicha asamblea.
3º. Instalar aquí una autoridad que restablezca la economía del país.
Para facilitar el acierto en la resolución del primer punto, es preciso observar que aquellas pretensiones fueron hechas consultando nuestra seguridad ulterior. Las circunstancias tristes a que nos vimos reducidos por la expulsión de Sarratea, después de sus violaciones en el Ayuí, eran un reproche tristísimo a nuestra confianza desmedida, y nosotros cubiertos de laureles y de glorias, retornábamos a nuestro hogar llenos de la execración de nuestros hermanos, después de haber quedado miserables, y haber prodigado en obsequio de todos quince años de sacrificio.
El ejército conocía que iba a ostentarse el triunfo de su virtud, pero él temblaba por la reproducción de aquellos incidentes fatales que lo habían conducido a la Precisión del Yí; él ansiaba por el medio de impedirla y creyó a propósito publicar aquellas pretensiones. Marchó con ellas nuestro diputado. Pero habiendo quebrado la fe de la suspensión el señor de Sarratea, fue preciso activar con las armas el artículo de su salida. Desde este tiempo empecé a recibir órdenes sobre el reconocimiento en cuestión.
El tenor de mis contestaciones es el siguiente:
Ciudadanos: los pueblos deben ser libres. Ese carácter debe ser su único objeto, y formar el motivo de su celo. Por desgracia va a contar tres años nuestra revolución, y aún falta una salvaguardia general al derecho popular. Estamos aún bajo la fe de los hombres y no aparecen las seguridades del contrato. Todo extremo envuelve fatalidad; por eso una desconfianza desmedida sofocaría los mejores planes; ¿pero es acaso menos terrible un exceso de confianza?
Toda clase de precaución debe prodigarse cuando se trata de fijar nuestro destino. Es muy veleidosa la probidad de los hombres, sólo el freno de la constitución puede afirmarla. Mientras ella no exista, es preciso adoptar las medidas que equivalgan a la garantía preciosa que ella ofrece. Yo opinaré siempre, que sin allanar las pretensiones pendientes, no debe ostentarse el reconocimiento y jura que se exigen. Ellas son consiguientes del sistema que defendemos y cuando el ejército las propuso, no hizo más que decir, quiero ser libre.
Orientales: sean cual fuesen los cálculos que se formen, todo es menos temible que un paso de degradación, debe impedirse hasta el que aparezca su sombra. Al principio todo es remediable. Preguntaos a vosotros mismos si queréis volver a ver crecer las aguas del Uruguay con el llanto de vuestras esposas, y acallar sus bosques el gemido de vuestros tiernos hijos;
Paisanos: acudid sólo a la historia de vuestras confianzas. Recordad las amarguras del Salto; corred los campos ensangrentados de Bethlem, Yapeyú, Santo Tomé y Tapecuy; traed a la memoria las intrigas del Ayuí, el compromiso del Yí, las transgresiones del Paso de la Arena. ¡Ah, cuál execración será comparable a la que ofrecen esos cuadros terribles!
Ciudadanos: la energía es el recurso de las almas grandes. Ella nos ha hecho hijos de la victoria, y plantado para siempre el laurel en nuestro suelo. Si somos libres, si no queréis deshonrar vuestros afanes cuasi divinos y si respetáis la memoria de vuestros sacrificios, examinad si debéis reconocer la asamblea por obedecimiento o por pacto. No hay un solo motivo de conveniencia para el primer caso que no sea contrastable con el segundo, y al fin reportaréis la ventaja de haberlo conciliado todo con vuestra libertad inviolable. Esto ni por asomo se acerca a una separación nacional; garantir las consecuencias del reconocimiento no es negar el reconocimiento, y bajo todo principio nunca compatible un reproche a vuestra conducta, en tal caso, con las miras liberales y fundamentales que autorizan hasta la misma instalación de la asamblea.
Vuestro temor la ultrajaría altamente y si no hay motivo para creer que ella vulnere nuestros derechos, es consiguiente que tampoco debemos tenerle para atrevernos a pensar que ella increpe nuestra precaución. De todos modos es necesaria. No hay un solo golpe de energía que no sea marcado con el laurel. ¿Qué glorias no habéis adquirido ostentando esa virtud?
Orientales: visitad las cenizas de nuestros conciudadanos; ¡ah! ¡Qué ellas desde lo hondo de sus sepulcros no nos amenacen con la venganza de una sangre que vertieron para hacerla servir a nuestra grandeza!
Ciudadanos: pensad, meditad y no cubráis de oprobio las glorias, los trabajos de quinientos veintinueve días en los que visteis la muerte de vuestros hermanos, la aflicción de vuestras esposas, la desnudez de vuestros hijos, el destrozo y exterminio de vuestras haciendas, y en que visteis restar sólo los escombros y ruinas por vestigios de vuestra opulencia antigua. Ellos forman la base del edificio augusto de nuestra libertad.
Ciudadanos: hacernos respetables es la garantía indestructible de vuestros afanes ulteriores por conservarles.

A cuatro de abril de mil ochocientos trece. Delante de Montevideo. José Artigas

lunes, 3 de octubre de 2011

EL PROBLEMA DEL CAPITAL


por Jorge Eliécer Gaitán

Vamos a entrar en el examen del argumento dorsal que se opone a la posibilidad de las ideas socialistas en Colombia.
Ya se demostró en el capítulo anterior cómo analizando un poco se viene en la consecuencia de que la inadaptabilidad de tales doctrinas por razón del medio, sociológicamente considerado, no es real, sino aparente. Examinemos ahora si tal imposibilidad por carencia de elementos tiene una base evidente, o si, por el contrario, todo nace de un error de apreciación.
Entre nosotros a la verdad no ha existido periódico, ni revista, ni orador, ni parlamentario, ni profesor, que no haya tenido para todos los momentos la afirmación de que Colombia no es un país capitalista. ¿Dónde, se pregunta, esas clases limitadamente poderosas que en otras partes hacen de la vida del proletariado la gruta de las más oscuras tragedias? No tenemos grandes industrias, y nunca el corazón de nuestras ciudades ha visto las angustiosas desventuras sociales extranjeras. Podrá explicarse, se agrega, la razón de tales ideas y sus consecuentes luchas en pueblos como Inglaterra, donde la superproducción, por ejemplo, provoca el cierre de las fábricas, ocasionando agudas crisis que llevan al desamparo y la tortura a mil hogares, y hacen que los sobrepujados cuadros bruñidos, con nitidez escalofriante, por Nuk Hamsun en “Hambre” sean una realidad que se arrastra sobre la ciudad del Támesis en las avenidas perfumadas de Viena o al pie de los marmóreos palacios berlineses. Pero en Colombia, no. Aquí no hemos llegado a ese desarrollo industrial, y por lo tanto el problema no tiene una base evidente. En un pueblo pobre como el nuestro, antes que favorecer, tales ideas perjudican. Luchemos por el adelanto del país, crucémoslo de ferrocarriles, implantemos las grandes empresas, facilitemos la llegada de los capitales extranjeros, que sólo así, y por virtud de esa fuerza capitalista, podremos levantar el nivel del proletariado. Empeñémonos en la concurrencia de brazos por abundancia de cápitales, y entonces el precio del trabajo subirá por una ley natural —Bastiat diría por una armonía económica— sin necesidad de absurdas contiendas.
En un país sin capitales no se pueden pedir salarios altos; y primero que pensar en esto, corresponde a los hombres de bien y de talento empeñarse en el desarrollo económico general, que será la manera única de mejorar la situación de las clases trabajadoras.
Los errores aquí contenidos son tan copiosos y de aceptación tan general, que es menester valorizarlos separada y metódicamente si queremos apropiarnos de la claridad, precisión y lógica que debe presidir este problema.